Chile ganó su primera Copa América en una final grande, emocionantísima, en la que los dos equipos se vaciaron hasta un punto que emociona describir.

Fue un partido macho, bravo, sin concesiones, pero noble en su expresión total. Sin quejas ni mimos, aceptando todos la dureza y la importancia del trance, como si cumplieran aquella consigna de Nelson en Trafalgar: “Inglaterra solo espera que cada hombre cumpla con su obligación”. Todos lo hicieron. A unos les salió todo bien, como Gary Medel y Javier Mascherano, a otros todo mal, como Marcos Rojo, Gonzalo Higuaín o Alexis Sánchez hasta el penalti. Pero todos estuvieron.

Buena primera parte, peor la segunda, tensa la prórroga. Máxima concentración, pocas ocasiones, porque ganar cada metro costaba un triunfo.

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Johan Cruyff me dijo un día que el fútbol es un juego de errores. Si no los hay, no hay goles. Ayer apenas los hubo, así que el gol se demoró hasta la tanda de penaltis. Tampoco Lionel Messi frotó la lámpara. Muy marcado, no consiguió imponerse más que en trances aislados, cada vez menos frecuentes.

Decididamente, en Argentina baja notablemente con respecto a lo que hace en el Barça. Argentina también sufrió la baja prematura de Ángel Di María, que tanto agita su juego.

El larguísimo trance agónico desembocó en la tanda de penaltis, donde Higuaín, que ya había fallado un gol justo antes de la prórroga, terminó de hundirse con el penalti fallado. Volvió a la memoria el gol que se le fue en la final del Mundial 2014.

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Alexis, por contra, compensó su mal partido con un perfecto penalti final, lanzado con toque y calma. Un penalti que hizo estallar en júbilo a todo un país que llevaba esperando esta Copa desde la noche de los tiempos. La ha ganado, la ha ganado a pura ley, ante la Argentina de Messi, tras un partido bravo e intenso que guardaremos para siempre en la memoria. (O)