Al hincha chileno comienza a invadirlo la nostalgia: la Copa se va, ha comenzado a despedirse. En Temuco, Rancagua, Valparaíso, Viña del Mar, Antofagasta y La Serena ya levantaron la carpa. Solo quedan el partido de esta noche en Concepción por el honor del tercer puesto y la finalísima de mañana. Pasarán cuarenta años para que Chile vuelva a vivir otra Copa América en su suelo. El domingo volverá a quedar en la cola de la rueda. Que sigue así: Brasil 2019, Ecuador 2023, Uruguay 2027, Bolivia 2031, Paraguay 2035, Colombia 2039, Perú 2043, Venezuela 2047, Argentina 2051 y Chile 2055. Para entonces será este un recuerdo lejano, borroso, tal vez la organice una Conmebol más transparente y creíble que esta en la que el presidente no puede ni asistir a entregar la Copa. Porque en tanto el señor Napout no aparezca públicamente y dé una excusa convincente para no dar la cara, creeremos que no viene por temor a que se lo lleven. Es temible el traje a rayas.

Ayer, ABC Color, el más prestigioso diario paraguayo, que viene dando una jugosa serie de notas sobre el escándalo de corrupción en FIFA y Conmebol, reveló que Napout iba a recibir cinco pagos de un millón y medio de dólares por firmar el contrato de cesión de derechos de las cuatro copas América a Datisa, las de 2015, 2016, 2019 y 2023. Y que ya habría recibido el primero.

Tal vez para Chile 2055 la futura Conmebol dé premios dignos a las selecciones. Y tal vez tenga fondos para pagárselos. Quién sabe… Las agremiaciones de futbolistas no protestan porque quienes están aquí mayoritariamente juegan en Europa y son millonarios. Cien mil dólares más o menos de premio no les cambia nada. Son como un día de viático, ni reparan en ello.

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Altísimas fuentes de la cadena Univisión, de Estados Unidos (una de las dos de ese país que compraron los 26 partidos), confiaron que pagó $ 70 millones por los derechos de esta Copa de Chile. Y Conmebol se la vendió a Datisa, para todo el mundo, en 80. O sea: Datisa pagaba casi todo el contrato con un solo cliente. Pero además está la otra cadena estadounidense, de habla inglesa, y los derechos para las radios, que van aparte. Y le quedaban 199 países más para recaudar.

Ha sido una buena Copa América, en fútbol y en organización. Montada con recato, moderación y sentido común. Con orden y seriedad. Venimos de Concepción, donde se presentó el estadio con mayores modificaciones y ahora es el más importante de Chile por la relación de confort y dimensiones. Una remodelación total que insumió al Estado alrededor de 51 millones de dólares. Contando los ocho recintos coperos que fueron reconstruidos o arreglados (al único que no se le hizo nada fue al Monumental de Colo Colo, que es privado), el gobierno de Chile invirtió 176 millones de dólares.

Claro que esto no responde únicamente a la necesidad de montar la Copa América, sino a un plan delineado por el gobierno de Michelle Bachelet, ya en su primera presidencia. “Chile era posiblemente el país más atrasado de Sudamérica en materia de estadios, todos muy viejos, pequeños y ruinosos”, nos explica Danilo Díaz, excelente periodista chileno. “Pero con el Mundial sub-20 femenino que se realizó aquí en 2008, esta Copa América y el Mundial sub-17 en agosto, el país quedará muy bien en ese sentido”. Bachelet impulsó la Red de Estadios Bicentenario, que incluye unos 40 coliseos totalmente remodelados, desde Arica hasta Puerto Montt.

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No obstante la propia necesidad de Chile de renovar su infraestructura, los países organizadores de torneos son los que asumen todo el gasto en cada evento de estas características. Por ello vale preguntarse: ¿Por qué no se comparte la ganancia de los derechos televisivos con los anfitriones…? Las taquillas, que son muy buenas, quedan para la asociación nacional de fútbol, pero el premio gordo son los derechos de TV. Los canales de todo el mundo pagan cientos de millones de dólares por la Copa. Y se los queda Datisa en connivencia con la Conmebol. Hugo y Mariano Jinkis (padre e hijo), J. Hawilla y Torneos, para el cual operaba Alejandro Burzaco, se llevaban cientos de millones de dólares (gran parte pudieron cobrarla, otra se la congeló la justicia norteamericana). Y Chile tuvo que poner 176 millones de dólares en los estadios para “cumplirle” a la Conmebol y a Datisa. Algo no está bien. Brasil, organizador de la Copa de 2019, tiene todo el derecho de pedir ser socio de las ganancias de la TV. Caso contrario, que el fútbol –una actividad privada– construya sus propios escenarios.

Brasil gastó 3.818 millones de dólares para construir o refaccionar los 12 estadios mundialistas, de los cuales ya hay uno cerrado por cuestiones de seguridad y dos más casi en desuso. Fue uno de los torneos más vergonzantes en tal sentido. Luego, el buen fútbol que se vio en la Copa tapó las desprolijidades, los atrasos, la falta de obras, los precios de asalto que se cobraron por todo. Pero quedará en la historia como el manual de lo que no se debe hacer.

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Nadie pide estadios faraónicos que hipotequen a un país, eso lo promueven dirigentes y políticos exclusivamente con la excusa de malversar fondos. El periodismo, que finalmente es el que evalúa y califica un torneo, no pide lujos, sino seriedad organizativa; reclama para su trabajo estadios cómodos, pero sobre todo limpios y con buenos servicios. Óptima conexión a internet, un centro de prensa donde poder ir a hacer su trabajo, ágil transportación entre sede y sede. Y una lista de hoteles decentes con los que los organizadores convengan un buen precio para los trabajadores de la prensa. La experiencia aconseja trabajar con muchos voluntarios. Hay miles de jóvenes deseosos de dar un mes de su tiempo a cambio de pertenecer a la organización, vivir la Copa por dentro, ver un partido gratis. Ayudan mucho los voluntarios.

En el más traumático de los escenarios, a quince días de haber estallado el escándalo de corrupción, Chile aprobó y su gente apoyó. La asociación de fútbol no se lleva los laureles, sino el país. Hubo clima de Copa, el público acompañó en todo sentido, el país se volcó al torneo. En eso, al menos, ya fue campeón; en la cancha se decidirá mañana. (O)

Las agremiaciones de futbolistas no protestan porque quienes están aquí (Copa América 2015) mayoritariamente juegan en Europa y son millonarios.