Por Alfredo Relaño, director del diario AS, de Madrid

Era cosa sabida. Basta repasar el estupendo libro Tarjeta roja, del escocés Andrew Jennings, sobre las andanzas de la FIFA. Un sanedrín internacional que funciona por cooptación y que maneja el enorme poder de decidir quién organiza un Mundial, qué empresas lo patrocinan, quién y por cuánto lo televisa. Un espacio opaco, con un penúltimo presidente, Joao Havelange, que duró 25 años y el actual, Joseph Blatter, que lleva 17 y que seguirá otros cuatro. Un entramado de corruptelas e indecencias. Ese retrato de una asociación para enriquecerse, que lleva lustros reuniendo sobornos, es más que creíble.

Sin embargo, hay algo en la brutalidad escénica en las detenciones que me aturde. La Fiscalía de EE.UU. movió a la Policía suiza a irrumpir en un hotel de lujo y llevarse detenidos a siete señores, ni norteamericanos ni suizos. Tampoco son el cartel de Sinaloa, son presuntos aceptadores de sobornos de distintos estados y de grandes corporaciones internacionales. Se supone que guardan y blanquean el dinero en Nueva Jersey, de ahí la intervención norteamericana. Pero ¿es para tanto? Me parece más bien un jaque de EE.UU. a la FIFA. Y no veo más móvil que la designación de Rusia para el Mundial 2018. Vladimir Putin está rearmando el orgullo soviético, hace carantoñas a China, asalta Ucrania, desafía el control mundial de EE.UU. Putin es amigo de Blatter, y Blatter ha sido advertido contra ese Mundial. Eso explicaría la brutal intervención, en la que, por cierto, todos los detenidos son de Centro o Sudamérica, eso que EE.UU. considera su patio trasero. Blatter se ha visto de golpe con el agua hasta las rodillas y el crédito del fútbol ha sufrido un golpe brutal. Quizá de aquí salga una FIFA adecentada, pero no creo que lo que se persiga sea eso, sino privar del Mundial 2018 a Rusia. (O)