La deplorable realidad que atraviesa el fútbol ecuatoriano en sus más altas esferas, la escasa credibilidad dirigencial, la impavidez del Ministerio del Deporte ante situaciones que afectan la soberanía y la supremacía de la Constitución, la presencia omnipotente de la FIFA en el ámbito legal de nuestro país y la complicidad de Joseph Blatter –‘Supremo Hacedor’ de nuestro balompié, quien no permite que las personas que hubieren recibido sentencia condenatoria en lo penal ejerzan funciones en las federaciones nacionales, pero mirando hacia otro lado en el caso de Ecuador–, son temas que un crítico insobornable como Mauro Velásquez Villacís habría enfocado con su voz implacable que extrañamos todos.

Conocí a Mauro hace más de medio siglo. Yo empezaba en el periodismo y él ya laboraba en un medio que todos recordamos, la revista 7 Días Deportivo, de la que llegó a ser director y en la que estaban Pancho Doylet, Arístides Castro, Hugo González (Parante) y Edmundo René Bodero (Paco Césped), además de “un escuadrón de reservistas en espera de la oportunidad”, como decía la publicación. Pronto Mauro empezó a destacar como el periodista más informado en el tema futbolero. Conocía detalles de clubes y jugadores de Europa y de América gracias a las revistas internacionales, a los periódicos que iba a recoger al aeropuerto cuando llegaban los vuelos del exterior, por la manera cómo se conectaba con radios del extranjero y por los libros que adquiría en editoriales españolas y argentinas que tardaban tres meses en arribar.

Su incursión en la radio marcó una época. Dotado de excelente voz y dicción perfecta; de un envidiable manejo del idioma producto de su formación universitaria, captó pronto el mayor porcentaje de la sintonía. La información que proporcionaba, la veracidad de sus datos y su crítica vertical, a veces corrosiva, conformaban las líneas de una clase magistral. Un periodista que laboró un corto lapso con Mauro dejó este criterio: “Recuerdo la categoría y el nivel intelectual superior de los programas de Mauro Velásquez, un adelantado respecto a las posibilidades informativas globales que ahora brindan internet y las redes sociales; porque antes no existía esa tecnología y si uno quería estar al día con lo que pasaba en el balompié de Europa, o del resto del mundo, debía oír su programa. Y los que se mofaban de sus datos estadísticos los han copiado todos y hablan de ‘nuestros archivos’. No hay nadie respetable a quien escuchar y de quien aprender. Se comenta u opina, a favor o en contra de un club o de un dirigente, según el interés de asegurarse una publicidad”.

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Se lo reprochó a veces por revelar su inclinación por Barcelona, pero ello no enturbió su imparcialidad. Fue duro con los dirigentes, técnicos y jugadores de ese club y se ganó su enemistad. En largas conversaciones coincidíamos en que era en la niñez cuando elegíamos un equipo como nuestro favorito, cuando no soñábamos con ser periodistas. Y es imposible renegar de ello porque lo que se adquiere en esa edad, en lo que los sociólogos llaman “proceso de socialización primaria”, no se pierde jamás. Nunca le importó la crítica; tampoco las amenazas o las persecuciones. “Mi compromiso es con la verdad que tengo que contar a los que me escuchan”, solía decir. No sucumbió a las tentaciones, que fueron muchas. En su vida de periodista no hubo espacio para los ‘favores logísticos’ ni para los ‘canjes’, que son moneda corriente en cada viaje de nuestra Selección nacional.

Un episodio lo retrata en su dimensión moral. En el 2002 nos encontramos en Nueva York, en un seminario de periodismo. Yo me preparaba para ir a cubrir el Mundial de Japón-Corea. En una dilatada charla recobramos el tiempo perdido por mi ausencia de Ecuador, debido a mi trabajo en El Diario/La Prensa, de la capital del mundo. “¿Nos vemos en la Copa del Mundo?”, le pregunté de entrada. “No –fue la respuesta de Mauro–, me vetó Luis Chiriboga porque me calificó como enemigo de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF)”.

La acreditación para los Mundiales había dejado de ser independiente. La FIFA enviaba los formularios a las federaciones nacionales y estas tenían la libertad de concederlas. Mauro había sido severo crítico de Chiriboga por el fracaso en la Copa América 1999 y las invitaciones a dirigentes de clubes y asociaciones, costumbre que nació en ese torneo. Fue muy ácido con Hernán Gómez porque este declaró, tras la clasificación, que no deberíamos esperar nada de nuestra Selección, pues “solo íbamos al Mundial 2002 a aprender”. Esta postura cuestionadora no se la perdonaron nunca, pues se gestaba la semilla de la sumisión periodística a cambio de viajes, ya no solo personales, sino en familia, costeados por la FEF.

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A lo largo de su vida Mauro ha sido un paladín de la amistad y la lealtad. En mi caso –lo dije en el prólogo de su estupendo libro El Fútbol Ecuatoriano y su Selección Nacional, publicado en 1998: “Compartimos una sana pasión por el fútbol y su historia. Amamos la investigación histórica y solemos compartir nuestros hallazgos. Aún tenemos una unidad de valores espirituales: creemos en la honestidad, la dignidad personal, la lealtad a los principios y la firmeza de la amistad. Todos estos sólidos materiales, tan en desuso hoy, han ido levantando la columna indestructible de nuestro mutuo afecto y respeto”.

Varias veces confió y lo traicionaron. Conozco a un ‘periodista’ de la corte federativa que lo persiguió hasta conseguir que Mauro le diera la oportunidad de iniciarse en el comentario deportivo. Con Mauro aprendió algunas cosas del oficio, pero lo aventajó en una materia que nuestro amigo no conocía: la felonía. Como asistente de Mauro, en un muy popular programa de televisión, fue repasando la lección de Judas. De repente, en una maniobra perversa, provocó la salida del periodista noble y se quedó con el programa, y hasta con el nombre de ese programa.

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Hoy, Mauro Velásquez vive la noche y hace rato que su voz desapareció del éter. El heredero de la nobleza y la dignidad que sembraron en nuestro periodismo Francisco Rodríguez Garzón, César Plaza Ledesma, Ralph del Campo Cornwall, Miguel Roque Salcedo, Manuel Chicken Palacios Offner, y muchos otros de la generación que los sucedió, está en silencio. Pero permanece –y estará siempre– la bandera de combate contra la deshonestidad y la impostura que él supo mantener enhiesta en todas las tribunas por donde transitó. (O)

Está –y estará siempre– la bandera de combate contra la deshonestidad que Mauro Velásquez mantuvo enhiesta en todas las tribunas por donde transitó.