Mis cálidos recuerdos del Clásico del Astillero están anclados en mi infancia cuando mi padre me llevaba al estadio Capwell y se sentaba conmigo en la gradería situada atrás del arco de la calle Quito.

“El fútbol se ve bien detrás de los arcos. Desde allí puedes ver cómo se mueve un equipo cuando ataca y cuando defiende”, me dijo la primera vez hace más de 62 años. Fue la primera lección futbolera que recibí. Traicioné después tan sabio consejo porque mi vecinos barriales Gerardo Layedra y Alfredo Bonnard empezaron a llevarme a la tribuna del Capwell adonde ingresaba con el maletín del mejor arquero ecuatoriano de todos los tiempos. Y luego una credencial de periodista me enviaba a los palcos de prensa, al costado de la cancha.

En el actual formato del campeonato nacional esta disputa en partidos extras entre los dos equipos más populares del país es inédita, pero hubo otras muchas ocasiones en que el título se definió en un Clásico del Astillero.

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El primero ocurrió el 27 de noviembre de 1955 en el viejo Capwell. Emelec formó con Cipriano Yulee; Jaime Ubilla, Raúl Argüello y Ricardo Chinche Rivero; Jorge Caruso y Bolívar Herrera; Júpiter Miranda, José Loco Balseca, Carlos Raffo, Atilio Tettamanti y Jorge Pibe Larraz.

Barcelona lo hizo con Pablo Ansaldo; Luis Niño Jurado, Carlos Pibe Sánchez y Luciano Macías; Carlos Alume y César Veinte Mil Solórzano; Gonzalo Salcedo, Enrique Pajarito Cantos, Sigifredo Chuchuca, Simón Cañarte y Clímaco Cañarte. El artillero Simón Cañarte abrió el marcador y Cantos colocó el 2-0. Raffo descontó, pero Chuchuca aumentó la pizarra. El 3-2 definitivo que dio a Barcelona el primer título de la era profesional de nuestro balompié. El otro tanto de los eléctricos lo puso el manabita Júpiter Miranda, mi otro vecino de barrio.

La gran figura de ese primer Clásico en que se disputó un título fue Pablo Ansaldo, que entonces tenía 19 años. Le detuvo un penal a Miranda y tuvo dos salvadas milagrosas ante violentos disparos del mismo delantero emelecista. Sus espectaculares voladas y barridas y la seguridad de sus manos fueron factores fundamentales de la conquista del campeonato. Y no daba rebotes, como tampoco los daba Yulee, pese a tapar a mano limpia los rudos balones de cuero a los que se agregaba una mano de pintura cada semana, tarea que por años estuvo a cargo de aquel crack de Norteamérica Galo Papota Torres.

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En 1956 Emelec armó uno de los equipos más poderosos de su historia. Incorporó a Daniel Pinto, un exquisito del fútbol al que nadie podrá olvidar después de haberlo visto tejiendo maravillas en el Capwell, y trajo de The Strongest de Bolivia, al argentino Francisco Pugliese, exfutbolista Chacarita Juniors, de Buenos Aires. Ese elenco ganó las dos ruedas en el torneo de 1956 y pese al repunte barcelonés en la tercera vuelta llegó en el primer lugar con la ventaja de un punto al partido de definición el 2 de diciembre. Ese día el técnico de Emelec, el chileno Renato Panay, introdujo un sistema 4-2-4 al alinear a Yulee; Ubilla, Cruz Ávila, Argüello y Rivero; Pugliese y Bolívar Herrera; Júpiter Miranda (Balseca), Mariano Larraz, Raffo y Jorge Larraz. Barcelona puso a Ansaldo; Jurado, Carlos Sánchez (Bolívar Sánchez) y Macías (Miguel Esteves); Alume y Solórzano; Salcedo, Cantos, Chuchuca, José Pelusa Vargas y Clímaco Cañarte.

Ante 30.000 personas los del Astillero protagonizaron uno de los Clásicos más vibrantes de la historia. Emelec solo necesitaba empatar. Dos golazos del Flaco Raffo marcaron la ventaja inicial que fue descontada luego por Pelusa Vargas y Chuchuca. Estaban igualados cuando faltaban 10 minutos y la ofensiva barcelonesa era una tromba. Allí se agigantó la figura del recordado Cipriano Yulee, quien hizo atajadas memorables para mantener el empate y llevarse su equipo un título que había venido labrando con clase desde el inicio de la temporada. Fue un gran año para los hermanos de barrio y para la afición que gozó momentos maravillosos en esos tiempos del Capwell que muchos seguimos añorando.

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Medio en serio, medio en broma, siempre se ha hablado de la predilección que Enrique Cantos tenía por los billetes. Nada de eso es cierto. Era un crack como pocos ha habido y habrá en el fútbol ecuatoriano y perteneció a una época de líricos que ganaban casi nada, pero hicieron todo por su club. En esta era de ‘inflación’ futbolística Cantos, como muchos otros, sería millonario. Una anécdota retrata de cuerpo entero al inolvidable Pajarito, o Ratón Sabido y a sus compañeros. Y esto vale para todos los jugadores de todos los equipos de aquellos tiempos.

El 18 de noviembre de 1956 Barcelona estaba quinto en la tabla de posiciones superado por Emelec, Valdez, Everest y Patria. Si quería jugar el cuadrangular final tenía que ganar a Emelec, que marchaba puntero con gran ventaja. Se midieron ese día en el Capwell.

En los camerinos el presidente de Barcelona, Eduardo Servigón, habló con los jugadores: “Muchachos, hemos resuelto darles como estímulo una prima de mil sucres a cada uno si ganan el partido. Ustedes saben que no es una obligación pero estamos reconocidos por su buen cuidado y su disciplina en los entrenamientos”.

Cantos tomó la palabra a nombre de los jugadores: “Presidente, no vamos a cobrar la prima, queremos demostrar que jugamos por los colores de Barcelona. A usted y los miembros de la Comisión les dedicamos por adelantado la victoria”.

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Cuando salieron al campo del viejo Capwell, dos geniales jugadas de Enrique Cantos marcaron la victoria amarilla en una tarde y noche magistral del astuto entreala derecho. Así eran los jugadores de entonces. (O)

Que los dos equipos más populares del país decidan en una final el título es inédito, pero hubo otras ocasiones en que el título se definió en un Clásico.