Las cifras difieren, unas informaciones hablan de 400 millones de televidentes, otros de 500; en todo caso, el Real Madrid 3, Barcelona 1 del sábado anterior ratificó que es el partido del mundo en estos momentos, con mucha distancia de cualquier otro. Y es lógico pensar que haya sido un número mucho mayor. Solo América Latina, representada por 11 futbolistas de siete países (cuatro brasileños, dos argentinos, un colombiano, un chileno, un uruguayo, un costarricense y un mexicano) es factible que haya aportado 200 millones de espectadores por TV.

Si a esto agregamos los más de 40 millones de latinos residentes en Estados Unidos y toda Asia el universo de interesados potenciales puede haber llevado esa cifra bastante más arriba. Actualmente es el evento deportivo más visto después de la final del Mundial o de la clausura de los Juegos Olímpicos.

Con un detalle adicional: 25 de los 26 jugadores que entraron al campo son internacionales en sus selecciones. Solo el joven Sergi Roberto no ha integrado, hasta ahora, la selección española. Aunque ha sido mundialista con la Sub-17 y la Sub-20. Si bien es cierto que la rivalidad data de más de un siglo, antiguamente el Madrid-Barça no revestía la importancia de ahora. “El clásico del Madrid siempre fue con el Atlético”, repetía Alfredo Di Stéfano. Pero el gran antagonismo, que nació con el franquismo por cuestiones políticas, fue in crescendo año tras año. A cada título ganado por uno surgía la necesidad de igualarlo del otro. La llegada de Ronaldinho al Barça en el 2003 y su espectacular suceso dio origen a la era actual, la del clásico global que palpitamos todos los aficionados año tras año. Allí comenzó una gran época de los de Cataluña –en títulos y en juego–, siendo contestada por el Madrid con fichajes estratosféricos para tratar de igualar el poderío y, sobre todo, las simpatías que el fútbol vistoso del Barcelona despertó en todo el mundo.

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El contrapunto dio pie a la copiosa concentración de cracks en ambos clubes, lo que genera la increíble expectativa actual. Tan fabulosa reunión de figuras les ha conferido un poderío que resultó pernicioso para el conjunto de la Liga Española: los otros 18 rivales pasaron a ser en un momento marionetas con cero posibilidades de éxito. Hasta la proeza del esforzado Atlético de Diego Simeone que les arrebató el título la última temporada. El “Atlético Sudor”, Joseph Blatter y Michel Platiní han sostenido varias veces que tan aplastante superioridad en unos pocos clubes afecta la competitividad y conspira contra uno de los tesoros del balompié: la idea de que en la cancha son once contra once y todos pueden ganar.

A estos monstruos pocos les pueden ganar. Tal vez haya uno solo en el mundo que logre hacerlo: el Bayern Munich. Pero porque el Bayern hace en Alemania lo mismo que merengues y catalanes en España: es dueño de vidas y haciendas.

El ascenso irresistible del clásico español coincide con la brusca declinación del fútbol italiano, hasta no hace mucho el más ganador de la Copa de Campeones de Europa a través del Milan (7), el Inter (3) y la Juventus (2). El Calcio fue la meca del fútbol. Pero ninguno de los tres grandes del país de Miguel Ángel pudo seguirle el tren económico al Real Madrid ni produjo los cracks que supo sacar el Barcelona de su semillero. Y ahora están muy atrás. Hoy hay apenas dos equipos italianos en Champions (Roma y Juventus) contra cuatro de España. Con este agregado: la semana última, la Roma cayó con estrépito: 7-1 de local ante el Bayern; y la Juve perdió en Grecia con el Olimpiacos.

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Bayern, fue dicho, ha establecido un dominio casi bochornoso en Alemania, lo cual ha determinado que un fútbol siempre poderoso se torne chato en cuanto a interés extranjero. Y conste que se trata de una liga riquísima, la de mayor cantidad de espectadores del mundo, incluso por encima de la inglesa; con un gran valor de mercado y unos contratos de televisación líderes.

El París Saint Germain, de la mano del ultramillonario catarí Nasser Al-Khelaïfi, ha intentado convertirse en otro jugador grande del Viejo Continente a base de fichajes rimbombantes, pero todavía no lo ha conseguido y, de momento, está claramente por detrás de los españoles.

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Después de ver el Madrid-Barça, esperábamos el domingo otro plato delicioso con Manchester United-Chelsea. Son los dos grandes dominadores del fútbol inglés en los últimos 20 años. Han ganado todo. Sin embargo, más allá de la emoción, del espectáculo –que siempre puede ser atractivo en Inglaterra–, nos quedó la impresión de ser un medio menos fuerte que el español. Otro nivel. La Liga Premier es entretenida por el estilo abierto y ofensivo de los equipos. Se dice que es una liga donde seis o siete equipos pelean por el título, aunque esto es bastante engañoso. Desde la creación de la Premier justamente, en 1992, el United ganó trece títulos, el Chelsea y el Arsenal tres cada uno y el Manchester City uno, igual que el sorprendente Blackburn Rovers (en 1995). De modo que la gloria también está reservada a unos pocos.

Desde hace ya un par de décadas, los sudamericanos decimos que estamos a años luz del poderío de Europa, que se lleva a todos nuestros mejores jugadores. Ahora eso mismo piensan todos los demás europeos de los grandes de España, favoritos en todas las copas internacionales.

El viernes pasado, Peter Lim, riquísimo agente de bolsa de Singapur, hijo de un vendedor de pescado, compró el Valencia Club de Fútbol. Entre acciones y deuda, pagará 324 millones de euros por el 70,4% del club. Llegó de la mano de Jorge Mendes, el todopoderoso empresario de Cristiano Ronaldo, Mourinho, James Rodríguez, Falcao y tantos otros. Lim, que en sus comienzos fue taxista (como José Pekerman) convierte en oro lo que toca. Y promete llevar de nuevo a la cima al club de Mario Kempes.

Real Madrid, FC Barcelona, Atlético de Madrid, Valencia, Sevilla... Allí está el olimpo del balompié, actualmente.

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Los otros 18 equipos de España pasaron a ser en un momento marionetas con cero posibilidades de éxito. Hasta la proeza del Atlético Madrid, en la temporada pasada.