Xavi anunció ayer (martes pasado) que deja la selección. Es una despedida anunciada, a la que quizá siga alguna otra. Todos sabíamos que este grupo perdía cuerda y que tras el Mundial 2014 tocaba renovarlo en lo esencial.

Y nada más esencial que Xavi, la manivela del equipo. Lástima que el Mundial de Brasil le saliera tan feo, pero la salida de Xavi es igualmente honorable y de su paso por la selección española quedan los mejores títulos que nunca tuvimos, su contribución esencial a un modelo de juego distinto y mejor, y su ejemplo personal sobre el campo. Jugador claro, limpio, inteligente, enemigo de broncas, ejemplo de deportividad.

Han sido 133 partidos. Futbolistas legendarios como él merecen el derecho a apearse en la parada que deseen, y esta es la suya. Cuando el tiempo les alcanza, perciben que llega el momento de ofrecer su salida, antes que convertirse en un problema para el seleccionador. Así se hubiera evitado la polémica que se vivió con la salida de Raúl. Fernando Hierro dio el paso a un lado en el momento oportuno. Xavi se ofreció a darlo tras la Eurocopa del 2012, pero Vicente del Bosque le insistió para que siguiera dos cursos más. Han pasado y ahora llega lo irremediable: no veremos más a Xavi en la selección.

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Por fortuna, en el Barça sigue, después de haber manejado una oferta de Catar. La idea era la misma: irse antes de ser un problema. Pero se quedó, le vimos ya un rato ante el Niza y estuvo espléndido. Seguramente ya no podremos tener al Xavi de 60 partidos por temporada, 100 balones por partido, todos ellos bien jugados. Pero aún seguiremos disfrutando su ciencia, su pausa, su capacidad para elegir, sus ‘pelopinas’, es decir esos giros tan personales sobre sí mismo para cambiar de dirección su carrera y el juego. Un futbolista de leyenda al que siempre estaremos agradecidos.