La Copa que Carles Puyol depositó en el borde del campo (¡qué nostalgia!) la recogió Philipp Lahm. Lo que hubo entre un momento y otro fue un partido intensísimo, muy bien jugado por un puñado de tipos bravos, bravos de verdad.

Honraron el fútbol, con alguna rara excepción. (El golpe de hombro de Ezequiel Garay a Christoph Kramer me pareció una fechoría). Dejaron una gran final, en la que el gol se retrasó, pero ni eso le hizo perder interés. Siempre hubo sensación latente de amenaza para los dos porteros. Se resolvió finalmente con un gol de Mario Götze, a pase de Andre Schürrle. Dos que habían saltado del banquillo.

Argentina jugó bien, dio el tipo. Aguantó a Alemania, buscó los espacios, hizo ocasiones. Gonzalo Higuaín malogró la más clara, pero Lionel Messi y Rodrigo Palacio también tuvieron el gol cerca. Por claridad de ocasiones, Argentina mereció el partido. Por continuidad de juego, quizá lo mereció más Alemania, que se refrescó mejor con los cambios (ya está dicho que el gol salió del banquillo) y fue abiertamente mejor en el tramo final. A Alejandro Sabella, Palacio y Sergio Agüero no le resolvieron nada. Ni Fernando Gago. Argentina fue a menos con los cambios, Alemania mejoró. A partir de ahí, el desenlace no podía ser otro que el que fue.

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Alemania es la primera selección europea que gana la Copa en América. Lo ha hecho tras arrasar a Brasil y batir en una dura final a Argentina. O sea, por todo lo alto. El mérito de ese logro contrasta con la facilidad con que a Messi lo proclamaron mejor jugador del campeonato, sorpresa mayúscula de la ceremonia. Francamente, ni el más optimista argentino lo hubiera pensado (ni siquiera fue el mejor de Argentina en la Copa, lo fue Javier Mascherano) ni creo que Messi pueda sentirse orgulloso de ello. Pienso en James Rodríguez, Arjen Robben, Thomas Müller, Toni Kroos... ¿Cómo ha sido posible esto? Las cosas de la FIFA. Las cosas de las cosas...