Quedaban solo 7 minutos para ir a penales. El mundo intuía que ese era, a esa altura, el destino inmodificable de la final, sin embargo, Mario Götze se opuso. Quebró la inercia del juego y la paridad del resultado con un gol extraordinario y dijo penales no, Alemania campeón. Amortiguó con el pecho una habilitación de Schurrle, mitad centro, mitad pase, y cuando bajaba, sin dejarla tocar el césped, la mandó de zurda a la red de Romero, que ya se estaba vistiendo de héroe para la tanda de los 12 pasos. Golazo, una joya técnica, perfecta concepción y ejecución, la maniobra más portentosa del partido lo definió. Y Alemania campeón; el país de Beckenbauer, de Gerd Müller, de Paul Breitner, Wolfgang Overath, Uwe Seeler y tantos otros, logra su cuarta corona del mundo tras ocho finales. Siempre estará Alemania definiendo, siempre habrá once alemanes que jueguen bien a la pelota y costará ganarles por capacidad, mentalidad, confiabilidad, insistencia. Honor al campeón.

Fue la final que imaginábamos: pareja, dura, de alto nervio técnico, con gran intensidad, velocidad y marca, mucha disciplina táctica. El único desliz costó el gol y el título: Martín Demichelis, tal vez inconscientemente, se fue hacia la derecha, donde Schurrle estaba marcado por dos, descuidando su marca, le dio tres metros libres a Mario Götze a espaldas suyas y el alemanito definió como los grandes.

Es lo que el público normal suele no percibir y por ello no entender: estos partidos son cerrados no porque falte talento, sino al revés, es tal la categoría del rival que la menor distracción, el mínimo fallo, se paga con la derrota. Miren en el video la acción de Demichelis. Dio apenas tres pasos a su derecha, suficiente para tener que ir a buscarla al fondo del arco.

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El mejor elogio para Argentina es decir que no jugó cómodo Alemania, no pudo repetir el show de bola del 7-1. Porque Brasil ese día fue un equipo de oficinistas un domingo a la mañana. No tuvo la menor seriedad defensiva. Argentina se le plantó como a Holanda y le dio pocas chances. Es más, las mejores del partido las tuvo el equipo de Sabella. La de Gonzalo Higuaín que tiró afuera, la de Lionel Messi, la de Rodrigo Palacio... Pero en un duelo ajustadísimo, la eficacia es la que determina al campeón. La mejor de Alemania fue ese cabezazo de Benedikt Höwedes que devolvió el palo. No hubo muchas. No tienen que terminar 6 a 5 los partidos para ser bonitos. Bonito es ver dos grandes que se estudian, se miden, se calculan antes de embestirse. Alejandro fue el mejor capitán de la historia, y a veces estaba diez días sitiando una ciudad antes de decidir el ataque final. Y nadie decía “batalla fea”. Era Alejandro, nadie sabía más de la guerra.

Thomas Müller, Klose, Mats Hummels, Toni Kroos, Bastian Schweinsteiger, Manuel Neuer, Philipp Lahm, Andre Schurrle, Götze... demasiados cracks todos juntos... Este título es el corolario de una generación copiosa y notable, que aún tiene edad para más.

Ha ganado el que fue mejor al cabo del torneo. Y cuando ello sucede quedan pocos argumentos para rebatir. Apenas la jugada del minuto 54, cuando Higuaín fue a buscar un envío largo de Pablo Zabaleta y al entrar al área Neuer le fue de manera brutal con la rodilla en la cabeza. Casi lo mata. Nadie puede salir a cazar de ese modo a un adversario. Ni con la excusa de ir a la pelota ni con el argumento de ser arquero. El reglamento no dice que el arquero tiene licencia de caza. Pudo haberlo lastimado muy mal. Es un portero fenomenal Neuer, pero rezuma en sus actitudes un tufillo de mala intención; de que tiene fuerza y la ejerce. No es un ángel, le sale el origen bárbaro en ciertas acciones. No hay inocencia ninguna en él. Y esto se va a dar muchas veces más, porque recién empieza su carrera; estemos atentos. Esa jugada era penal y expulsión. El juez cobró tiro libre a favor de Alemania.

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Enfrentando a cinco europeos le tocaron a Argentina cuatro jueces de ese continente, algo que no parece estar bien. Pero no hay que llorar. Muy lindo fue ver a los jugadores argentinos ir a recoger sus medallas sin llanto; aquí, el Brasil entero quedó asqueado de tanto lloriqueo de sus jugadores. Cantan el himno y lloran, pierden un partido y lloran, fallan un penal y lloran. Tienen razón los hinchas, los periodistas: “¡Basta de llorar, jueguen al fútbol...!”. Este es un juego, no una guerra, no muere nadie (salvo que te agarre Neuer a la carrera), y la gloria es una dama hermosísima, pero si se va con otro hay que hacerle frente a la realidad, la vida sigue, en todo caso, volver a intentarlo, como lo intentó este calificado grupo de muchachos alemanes a quienes les fue esquiva en los dos Mundiales anteriores, pero volvieron a la carga y son campeones. Lo merecen por calidad y por perseverancia. Estos alemanes tienen, además, una suerte maravillosa, los esperan unas buenas vacaciones con esas novias y esposas esculturales, preciosas...

Carlos Valderrama dijo una frase magnífica al comienzo de la Copa: “Messi es un genio, pero para ser campeón necesita un equipo”. Muy certero. Y porque Argentina fue eso, un equipo, estuvo cerca de coronar. No lo logró porque le faltaron laderos con los que poder tocar, triangular, desequilibrar al rival. Está solo en la creación, así es difícil. Tiene al número uno, Argentina, le falta un número dos, un tres. Pasa del uno al ocho. En este fútbol del nuevo milenio, nadie gana solo un campeonato. El juego está totalmente colectivizado.

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Se va con la cabeza erguida la Celeste y Blanca. Vino con un equipo desacreditado, se va subcampeón. Llegó a su quinta final, revalorizó su nombre como potencia futbolística, mostró la personalidad del jugador rioplatense. Todo es gane. Se dijo que le había tocado el camino más sencillo: es al revés, le tocaron cinco rivales europeos: Bosnia, Suiza, Bélgica, Holanda y Alemania. ¿Quién quiere enfrentar a europeos...? ¿O son más sencillos los asiáticos, los africanos, los de Concacaf...?

Una gruesa porción de Latinoamérica celebró ese gol de Götze. Respiró con él. Si iban a penales eran capaces de ganar esos argentinos...