Maracaná es sinónimo de fútbol, la meca que todo hincha quiere conocer. Este templo del pueblo brasileño, que acogió a 200.000 hinchas en el Maracanazo del '50, recibe su segunda Copa del Mundo en un ambiente hipermoderno, sustentable y seguro, aunque también aséptico y elitista.

El silencio sepulcral de esa tarde del 16 de julio de 1950 contradijo los titulares de los diarios locales, redactados antes del partido: Brasil ganaría el Mundial en su estadio, el mayor del mundo.

El uruguayo Alcides Ghiggia se encargó de cambiar el curso de la historia con su gol al minuto 79, permitiendo que el celeste de su camiseta tiñera la fachada de aquella monumental estructura.

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En menos de dos meses, 64 años después de esa histórica derrota, el equipo de Luiz Felipe Scolari tendrá la oportunidad de borrar ese mal recuerdo en blanco y negro, que cinco copas del Mundo levantadas por Brasil fuera de casa no pudieron disipar. Sumando a la presión, la Seleçao solo podrá jugar en el "templo" si llega a la final.