Columnista invitado: Ricardo Vasconcellos R.

En Guayaquil, en los años sesenta, era tan grande el entusiasmo hípico que las carreras llegaron a disputar el favor popular con el fútbol. Mar Negro fue llamado el Barcelona de los caballos de carrera.

Mantener vigente una revista, sin fallar una semana durante 57 años, es una hazaña editorial. Y no es una revista de fútbol que puede lograr auspiciantes y mecenas, es de hípica, un deporte que ha tenido altos y bajos, lo que no ha sido un obstáculo para el espíritu de lucha de sus editores.

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La Fija nació con la época de oro del hipódromo Santa Cecilia y fue una idea de un periodista hípico de grandes emprendimientos que, además, no sabía de renunciamientos: Ricardo López Manosalvas. A la era del Jockey Club y los duelos de Gran Gamin, Sparkle, Timón y Scaramouche, le siguió la del Santa Cecilia, que se inauguró en 1956, una tarde de domingo en que se vivió un duelo sensacional entre la veloz Miss Embassy y el irlandés Harvey.

Fue el arranque de un tiempo inolvidable. Entusiastas propietarios como Agustín Febres-Cordero Tyler –y sus hijos Agustín, León y Nicolás–, Benjamín Rosales Aspiazu, Otto Arosemena Gómez, Edmundo Valdez, Raúl Lebed, Miguel Salem Dibo, Alberto Vallarino, Carlos y Antonio Aguirre Avilés y muchos más remataban caballos de gran pedigrí.

Grandes jinetes como Eduardo Luque, Mario Jaramillo, Abel Vaca, Walter Carrión, César Escobar, Leonardo Mantilla, Patricio Yánez, Luis Cáceres, Jesús Yánez, protagonizaban emocionantes carreras en los lomos de los siempre recordados Miss Embassy, Jardenia, Diógenes, Mar Negro, Capo do Monte, Bananita, Peter Flower, Silverio, Moscabado, Serpentín, Farrón, Marrón y otros inolvidables ejemplares.

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Era tan grande el entusiasmo hípico que las carreras llegaron a disputar el favor popular con el fútbol. De eso, uno de los responsables fue aquel caballito llamado Mar Negro, que copó la idolatría de los fanáticos. Iban a verlo correr hasta los que no sabían nada de la hípica.

Fue llamado el Barcelona de las carreras de caballos. En una larga charla, hace muchos años el ya desaparecido amigo y colega Richard Jara Luque contaba que Mar Negro llegó de dos años sin haber corrido y que en el remate nadie quería comprarlo porque no lucía gran estampa. Estaba a punto de regresar al establo por falta de interesados cuando se “arrancó” por un susto y buscó la pista. Su actitud convenció a Martín Avilés para adquirirlo en sociedad con Agustín Febres-Cordero Ribadeneyra y Otto Arosemena Gómez. “Fue uno de los caballos más excepcionales que hayan corrido en todas las épocas. Mar Negro era comparable con los grandes cracks, uno de los pocos que corrió desde 800 hasta 3.000 m”, dijo Richard Jara.

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Fueron famosos sus duelos con Fanfarrón, con el que perdió la primera vez en 3.000 metros para vencerlo luego con récord. Era tan fuerte el tren de Mar Negro que el linajudo Snow Time, empeñado en seguirlo, pagó con su vida al infartarse frente a la tribuna.

Protagonista y testigos de esos tiempos dorados fue Ricardo López Manosalvas, fundador de La Fija y de la Asociación de Cronistas Hípicos del Ecuador, entidad a la que condujo a ser una de las primeras del continente. Se dio el lujo de realizar dos congresos de la Confederación Panamericana de Cronistas y Locutores Hípicos y de lograr la sede de esta entidad para Guayaquil. Fue por muchos años el cronista hípico de Diario EL UNIVERSO y era común verlo en los palcos del Santa Cecilia con sus dos vástagos: Vicente y María Eugenia López Cañarte, que crecieron entre studs, pesebreras, aprontes y carreras.

Cuando su padre falleció, aún joven, ellos tomaron la posta para que La Fija no muriera. Hoy, con la ayuda de la tecnología, tienen miles de seguidores en las redes sociales y la revista sigue contando con el favor de los “burreros”. Luchan, junto a otros hípicos porque este deporte tan guayaquileño, que nació a fines del siglo XIX con la construcción del primer hipódromo al sur de la ciudad, no desaparezca.

Con varios amigos de la natación como Roberto Frydson, Ismael Sánchez, César Barrezueta, Alfredo Mancilla, Mirko Patrel, Agustín Fuentes y Miguel León fuimos asiduos del Santa Cecilia y “expertos” en datos que siempre fallaron. Allí departimos y forjamos amistades “de fierro” con quienes lucharon también por el engrandecimiento y la supervivencia de la hípica, como Silvio Devoto, Bobby Bermúdez, Nicolás Martínez, Raúl Ochoa, Richard Jara, Ayis Farah y aquella voz inigualable de las narraciones: Danilo González Puga, a quien en Panamá, con ocasión de un clásico en el hipódromo Presidente Remón, al que fue invitado a relatar, lo llamaron “el mejor narrador hípico de América”.

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Hoy la hípica porteña lucha por sobrevivir. Muchos rostros de los que vimos en el Santa Cecilia van al Miguel Salem Dibo, antes Buijo. Pero para que recobre el brillo de otros tiempos es importante que vuelva a ganar espacio en la prensa y que entre los que quieren a este deporte vuelva a haber unidad, por sobre los recelos y los resentimientos. Aquella unidad que siempre pregonó e hizo su enseña el gran Gordo Ricardo López Manosalvas.

Protagonista de esos tiempos dorados fue Ricardo López Manosalvas, fundador de La Fija y de la Asociación de Cronistas Hípicos del Ecuador.