Por Ricardo Rivadeneira
rrivadeneira@radiocity.com.ec.- Muchos de ustedes pasaron por alto la noticia acerca del fallecimiento del crítico de cine estadounidense Roger Ebert. Pero para quienes tuvimos el privilegio coaxial de crecer con la señal de Cosmovisión (luego TVCable), este particular personaje fue parte fundamental de nuestra rutina semanal.

Pero por qué existe tanto alboroto con su partida y por qué razón se ocupa un espacio destinado a la crítica de televisión para hablar sobre un hombre que dedicó su vida al séptimo arte. Pues en honor a su legado, vale la pena mencionar algunas razones por las que debemos estar agradecidos con el señor Ebert.

Él era un hombre de palabras. Trabajó como crítico de cine para el Chicago Sun Times desde 1967 hasta su muerte. En sus artículos utilizaba pasajes de su vida personal, recuerdos de su infancia, pensamientos o poemas de grandes autores, para expresar de cierta forma aquello que veía plasmado en el celuloide. Él logró simplificar la tarea de reseñar al brindar un aire de familiaridad en sus críticas, dejando a un lado, prolongados análisis entintados y de extenso clamor.

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Su importancia para la televisión como medio, radica en cómo logró trasladar su amor por el cine a la pantalla chica. Ebert fue responsable del primer programa de crítica cinematográfica en televisión.

Junto con su colega Gene Siskel (1946-1999), presentaba cada semana un programa donde se exhibían sus reseñas sobre los más recientes estrenos. Siskel & Ebert and the movies se convirtió en un espacio sindicado que llevó la típica discusión sobre cine entre amigos, a un programa ameno en el que cada televidente podía tomar bandos o simplemente informarse sobre cuál película valía la pena ver.

Para esto, la pareja desarrolló un método de calificación cinematográfica, cuya simpleza se convirtió en la clave de su éxito. Thumbs up y Thumbs down, un pulgar arriba, que significaba que la cinta era recomendada, y un pulgar abajo,que auguraba una decepción.

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Luego de la muerte de Siskel en 1999, Ebert mantuvo el espacio realizando pruebas al aire con varios escritores especializados en la materia, hasta decidirse por el también crítico del Chicago Sun Times, Richard Roeper. Esta improvisación tenía matices de reality televisivo, ya que mediante dichas pruebas, el público y la propia producción pudieron juzgar a los distintos talentos en pantalla.

A lo largo de los años, el efectivo formato se beneficiaba de la discusión sobre cine. El programa siempre se manejó con dos cámaras que enfocaban a cada uno de los críticos, ambos sentados sobre butacas en un set que se asemejaba a una sala de cine contemporánea.

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Se mostraban clips de las películas criticadas y se agudizaban sus fortalezas y debilidades. Por años Ebert se sinceró con la audiencia y presentó sus resultados dactilares con aplomo y determinación. Cuando su enfermedad lo obligó a alejarse de las cámaras, luego de que parte de su barbilla y mandíbula quedaron deterioradas mientras luchaba contra el cáncer a la tiroides, Ebert dejó su programa en manos de Roeper y críticos invitados, no sin antes haber cumplido con llevar la importancia del cine a la televisión.

Pero lo más trascendente del legado de Ebert llega a todo aquel que escribe sobre una obra específica, quien reseña, quien dialoga con un lector o televidente, con el crítico que todos personificamos a diario. Ebert nos enseñó que podemos equivocarnos.

En 1968, tras el estreno de 2001: A space odyssey de Stanley Kubrick, Ebert no estuvo impresionado por el resultado. Mencionó con asombro la falta de diálogo entre sus personajes y la carencia de humanidad encontrada a lo largo del filme. Años después, cuando tuvo la oportunidad de verla por segunda ocasión, su opinión cambió drásticamente.

Estuvo frente a lo que consideró una obra magistral que lo llevó a realizarse preguntas enmarcadas en nuestro propio universo. Ebert finalizó su reseña como un hombre cambiado, quien miraba al firmamento argumentando que “no vivimos en un planeta pero entre las estrellas”. Astros con quien ahora comparte espacio.

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Roger Ebert supo compartir desde la pantalla chica toda la magia que transpira en la pantalla grande. Como un tío más sabio, supo despertar en muchos de sus televidentes esas ganas de comerse una película y buscar en esta aquel momento de asombro que nos hace botar el canguil, regar la cola y apretar la mano de nuestros acompañantes. Gracias Sr. Ebert.