Isabel Méndez, profesora del sexto de básica, recuerda cómo hace dos años sus compañeros del plantel donde imparte clases tuvieron que sacarla del salón cargada por los fuertes dolores de columna que eran provocados por dos hernias discales lumbares que tiene desde hace diez años.

“Estaba en el escritorio y cuando me quise levantar ya no pude hacerlo, por el dolor; lo único que le dije a los niños fue que buscaran a la inspectora de la primaria”, rememora la maestra, quien tiene doce años en la primaria del Ecomundo Centro de Estudios.

Hoy, cuando se conmemora el Día del Maestro, Méndez enfatiza que este mal que le ha causado el 75% de discapacidad física y que no le permite agacharse con normalidad, no es impedimento para desempeñarse en la profesión por la que se sintió atraída desde joven.

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La festividad en el país se recuerda a propósito del nacimiento del escritor ambateño Juan Montalvo Fiallos.

“Ser maestra es amor a los niños, responsabilidad, ser cada día mejor, renovarse continuamente”, dice la mujer de 59 años, que para lidiar con su enfermedad guarda una dosis del tratamiento que sigue en el departamento médico del plantel educativo, al que llega todos los días a las 07:00.

Para Méndez, la jornada comienza a las 05:30, cuando se despierta a preparar el desayuno y alistarse para ir al establecimiento educativo, aunque en ocasiones suele despertarse a las 03:30 para alistar las clases y la planificación semanal.

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Así han transcurrido 30 años de ejercicio, que dejó durante cinco para cuidar a Natasha, su única hija, con quien vive en el sureste de la urbe.

“No solo hace de maestra. Es una de las más creativas, tanto que en todos los eventos ayuda con las decoraciones. La vocación a ella la lleva mucho más allá de lo que es cumplir con el deber y ganarse su sueldo”, dice Natalie Criollo, su compañera, quien hace un año perdió la visión del ojo derecho tras ser atropellada y quedó con un 50% de discapacidad.

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La profesora de 42 años dice que no fue fácil adaptarse a ver con un solo ojo. La pérdida del equilibrio fue la principal dificultad que hace nueve meses logró superar con la ayuda de los profesores y sus alumnos.

“Si no hubiese regresado (después del accidente), solo estuviese en mi casa llorando. Mi vocación me ayudó porque cuando estoy aquí me olvido de todos mis problemas”, cita.

Criollo sostiene que ser profesora no solo le ha dado la oportunidad de tener un trabajo, sino de desarrollarse como ser humano.

“No es mejor maestro quien tiene todos los materiales y lo necesario para dar clases, sino el que con lo que tiene puede dar su mejor clase”, expresa.

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Con ese criterio coincide Mercedes Zeballos, madre de Juan Freire, quien se desempeña como profesor de pintura en la Escuela Municipal de Audición y Lenguaje, de la que también fue alumno.

Juanito, como le llama cariñosamente su familia, nació con 80% de discapacidad auditiva y de lenguaje, lo que no fue obstáculo para que desde temprana edad exprese sus cualidades para el dibujo y la pintura.

“Se pasaba pintando, moldeando en yeso y barro”, recuerda Zeballos.

Fue por esa razón que a los 32 años entró a la escuela municipal para ayudar a los niños que padecen de su mismo problema, luego de haberse preparado durante varios años en la Escuela de Bellas Artes.

“Para él fue maravilloso porque entró a formar parte, como cualquier persona normal, de impartir enseñanza. Se sintió plenamente realizado”, señala Ángela Freire, hermana de Juanito, quien tiene 60 años.

Mercedes Zeballos destaca que su hijo es entregado a su oficio, aunque no tiene un título universitario.

En la actualidad ella tramita con los funcionarios de Educación el título de bachiller para Juanito, pues en un futuro no lejano él aspira a entrar a la Universidad de las Artes que se hará en la ciudad.

“La vocación de él es ayudar a los demás y enseñar lo que sabe. Está contento”, refiere y agrega que, a más de ser profesor, pinta cuadros que luego vende a quienes lo conocen.

La vocación de maestro y de servicio también se refleja en Miguel Ángel López, rector del colegio Otto Arosemena Gómez, a quien el año pasado le amputaron la parte delantera del pie, situación que no lo desanima para poder cumplir a diario su labor en el plantel en el que tiene 37 años y ha ocupado los cargos de profesor y vicerrector.

Textual
Sobre el oficio

Natalie Criollo
Profesora

“Para enseñar, uno debe tener vocación. Eso lo hace crecer profesionalmente y como persona”.