Si no eres tan asidua a beber agua porque no tiene sabor, te olvidas o porque solo confías en tu instinto de sed deberías considerar instaurar este hábito.

El envejecimiento está muy asociado a la desecación, a la pérdida de agua, que afecta a todos los tejidos del organismo, pero más especialmente a la piel.

El agua constituye el 60% del peso corporal en los hombres y cerca del 50% en las mujeres.

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Es esencial para la vida porque los alimentos y los gases se transportan en medio acuoso y los productos de desecho se expulsan del cuerpo mediante la orina y las heces.

El agua regula tu temperatura, lubrica articulaciones y da forma al cuerpo mediante la rigidez que da a los tejidos.

Una correcta hidratación contribuye a mantener la piel tersa.

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Según la nutricionista Martha Ríos, un adulto sedentario, en un ambiente sin exceso de calor y humedad, requiere unos dos litros de agua al día, porque por cada kilocaloría que te comes, para que el metabolismo sea perfecto se requiere un mililitro de agua.

Estos valores pueden ser modificados si la persona está sometida al calor o hace ejercicio.

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Según Ríos, estos dos litros diarios los puedes reemplazar con agua mineral sin problemas.

“El agua mineral natural controla la acidez en el aparato digestivo porque tienen bicarbonatos. Cuando la tomas mejora la tonicidad del esófago cuando el estómago se distiende por comidas copiosas, evitando el reflujo”.
 
Las únicas personas en las que está contraindicada el agua son los pacientes
con insuficiencia renal crónica, porque no orinan, dice la enfermera Narcisa Peña, del hospital del IESS. Quienes padecen cálculos de riñón, arenillas o infecciones urinarias deben beber más líquido.