Por causa de dos columnas recientes sobre el triunfo del presidente Correa, algunos lectores simpatizantes del Gobierno han felicitado mi “correísmo” y otros de la misma tendencia han rechazado mi “anticorreísmo”. Viceversa, detractores del presidente Correa han repudiado mi “correísmo” y otros han festejado mi “anticorreísmo”. ¡Por las mismas columnas! Finalmente, algunos me han acusado falsamente de “objetividad”. Falsamente (aunque agradezco su amable intención), porque jamás he pretendido ser “objetivo”: ello solo es posible en las ciencias lógico-formales (las matemáticas) y a veces en las investigaciones de las ciencias fáctico-naturales. En lo demás, y sobre todo en el espacio de la opinión, solo creo en la subjetividad responsable y en el hecho de que cada lector interpreta todo texto desde su propia subjetividad.

¿Desde dónde escribo? Desde mi condición de sujeto. Es decir, desde mi historia, conciencia de clase, posición sexuada, experiencia amorosa, profesión, ideología, saber, aficiones, intereses, creencias, síntomas neuróticos, traumas infantiles, frustraciones, satisfacciones, angustias, expectativas, etcétera. Es decir, desde todo lo que me representa como sujeto ante otros. Estoy seguro de que todos los columnistas de todos los periódicos escriben desde una posición semejante a la mía, pero propia para cada uno. Me extrañaría que alguno escribiera “objetivamente”, es decir, desde la posición de “objeto”. ¿Para quién escribo? Lo antecedente y el uso del singular anticipan la respuesta: escribo en primer lugar para mí mismo, y luego para confrontar mi subjetividad, mi “verdad” y mi “realidad” con las de otros, para rectificar algunas ideas mías, para asumir mis errores y para desconstruir mis ilusiones.

Al margen de las ciencias, la “objetividad” representa –en el mejor caso– la aspiración ideal de los pueblos por la construcción de una lectura unificada de la realidad, y la búsqueda de “La Verdad” como si esta fuera Una, Sola y Toda. En otros casos, la supuesta objetividad es una ilusión narcisista: llamamos “objetivo” a aquello que coincide con lo que creemos y llamamos “inteligente” a quien piensa como nosotros. “Inteligenteamos” gratuitamente a quienes nos aprueban y “tonteamos” a nuestros contradictores. Para leer el mundo desde nuestra propia subjetividad sin responsabilizarnos por ella, nos resulta más cómodo clasificar la realidad de manera dicotómica: bueno o malo, amigo o enemigo, pro o anti. Esto es más evidente en el terreno de la política y en la comunicación. Buscamos una definición inmediata de la prensa y de los columnistas en estos términos reduccionistas, para elegir nuestras lecturas o pulsar el botón correspondiente del control remoto.

Considero una posición cándida (en el mejor caso), o filistea y proyectiva, la de aquellos que de manera pública o anónima afirman que los columnistas (de cualquier periódico) escribimos “para quien nos da de comer”. No conozco ningún colega de ningún periódico “que viva de esto”. La opinión pública implica un privilegio y una responsabilidad onerosa: dar cuenta ante la comunidad de nuestra subjetividad y sostenerla. Respeto la inteligencia del público y no concibo esta función como una facilitación autocomplaciente para “darle papilla con cuchara”. La entiendo como un ejercicio de interrogación y desafío para escritores y lectores. A las puertas de la tan anunciada Ley de Comunicación, sostengo que la subjetividad responsable es la única posición coherente y posible.