Hay consternación y confusión por la muerte a lanzazos de una pareja huaorani, perpetrada por indígenas no contactados.

La confusión radica en lo arraigado en nuestra cultura de las ideas de Jean-Jacques Rousseau.

Hasta hace un siglo las teorías sociales las enunciaban filósofos, no científicos.

A mediados del siglo XVII, el inglés Thomas Hobbes teorizó que la vida en la sociedad humana primigenia era “desagradable, ruda y breve”, caracterizada por la violencia. Para protegerse, el hombre conformó un estado poderoso, el Leviatán.

Un siglo después Rousseau eclipsó a Hobbes con una teoría radicalmente opuesta; el hombre en estado natural fue pacífico, amante de la naturaleza; la maldad es fruto de la civilización, se inicia con la propiedad privada.

Esta visión romántica eclipsó a la sombría teoría de Hobbes. Rousseau inspiró a Karl Marx, quien rechazó la nueva organización social que traía la entonces novedosa industrialización, y profetizó que la sociedad retornaría a su organización comunista inicial.

También Rousseau inspira a quienes buscan retornar a la vida en armonía con la naturaleza y no en la producción y consumo conspicuo; la vertiente más verde del Buen Vivir.

En el siglo XX nace la etnografía. Los antropólogos conviven con pueblos remotos y estudian sus costumbres. Las explicaciones científicas desplazan a las lucubraciones filosóficas.

En los años 70, el antropólogo Napoleón Chagnon estudió a los yanomami, pueblo no contactado en la frontera venezolano-brasileña. Conforman pequeñas comunidades de parientes cercanos que viven en permanente estado de guerra. Se llega a que una comunidad extermine a otra.

La misma información comenzó a salir de otros parajes remotos con pueblos no contactados, entre ellos Nueva Guinea.

La información que se tiene es que el porcentaje de la población que muere de causas violentas es muchísimo más alto entre los pueblos no contactados que entre los que desarrollan estados poderosos, como los incas, romanos o chinos.

Hobbes, y no Rousseau, tuvo razón.

Según un estudio, el pueblo no contactado más violento del que se tienen registros es el huaorani, donde el 60% de la población moría en combate. Muy cerca en la lista venía el jíbaro.

Con los huaoranis pasó lo que se ha dado a través de los milenios en todos los rincones del mundo. Entraron en contacto con una cultura de tecnología más avanzada y mayor densidad poblacional. Aceptaron convivir con ella, la difícil tarea de mantener la identidad cultural mientras asimilan la modernidad.

Pero dos grupos huaoranis no lo aceptaron y se adentraron en la selva. El asesinato de la pareja huaorani se debería a que los taromenanes o tagaeris los hacen responsables de no haber frenado el avance de los petroleros y colonos.

Es posible que los familiares de los huaoranis muertos busquen venganza. En cuyo caso los huaoranis irían equipados con armas de fuego.

Independientemente del desenlace de los trágicos acontecimientos, hay que respetar la decisión de los tagaeris y taromenanes de preservar su sistema de vida ancestral, aunque la violencia sea parte imprescindible de su organización social.

Pero más temprano que tarde, entrarán en contacto permanente. Ningún pueblo en el mundo lo ha evitado.