“Hoy es mucho más difícil ganar la Copa”, afirma desde su óptica uruguaya Alejandro Balbi, directivo de Nacional de Montevideo. Y lo argumenta: “Cuando empezó la Libertadores en 1960 eran siete equipos, ahora son 38. Ha cambiado todo, la estructura, la organización. Se sumaron los equipos mexicanos; los brasileños están muy fuertes, no solo juegan bien, sino que tienen otro nivel económico y fichan jugadores que deberían estar en Europa. Corinthians trae del Milan a Pato, contrata a Paolo Guerrero. ¿Cómo hacés para competir?”.

Somero aunque agudo análisis. Sin embargo, hay otros tópicos a considerar: hasta 1999 jugaban dos equipos brasileños, actualmente son cinco, y si tienen al campeón, suman seis. Como sabemos, en cada país hay dos, tres, hasta cinco clubes grandes, Brasil tiene doce: (Corinthians, Sao Paulo, Santos, Palmeiras, Flamengo, Fluminense, Vasco, Botafogo, Cruzeiro, Atlético Mineiro, Inter y Gremio). La pregunta es obvia: ¿quién quiere cruzarse hoy con un equipo brasileño...?

Hay más: antiguamente emigraban casi con exclusividad los futbolistas de Argentina, Brasil y Uruguay. Ahora se van los más destacados de Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Paraguay... Esto reduce las chances de sus clubes. En los años setenta y uno iba a jugar con Universitario de Lima y sabía que enfrentaría nada menos que a Héctor Chumpitaz, Muñante, Percy Rojas, Oblitas, Cachito Ramírez, Cruzado... Equipos estables que duraban años. Ahora, si apareciera uno de esos, no duraría seis meses en Perú.

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Sin dudas, los brasileños son los grandes favoritos a quedarse con la edición 54ª de la querida competencia. Puede que Boca o Vélez lleguen hasta arriba, poseen planteles competitivos, pero hay que ver si les da para quedarse con la gloria.

Nacional de Montevideo ha hecho un gran esfuerzo económico por presentar una formación importante, quiere volver al gran protagonismo, aunque le tocó un grupo temible junto a Boca, el Barcelona y Toluca. Lo mismo Peñarol. Y habrá que ver cómo asimila la ‘U’ de Chile la partida de su exitoso entrenador Jorge Sampaoli. La ‘U’ ha sido uno los mejores exponentes chilenos de los últimos 20 años. Está Cerro Porteño, con un plantel calificado y el deseo ferviente de una consagración internacional. El deseo, pero también la incógnita que representan Barcelona y Emelec.

Los argentinos son los únicos que aparecen con condiciones de arrebatarles el cetro. O de peléarselo. Pueden perder, pero si llegan a una final emparejan las chances por una cuestión de carácter. Cuando está cerca del objetivo, el jugador rioplatense crece.

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La pregunta es la de siempre en esta época del año: ¿quién ganará la Libertadores? La respuesta suena cada vez más nítida: los herederos de Pelé y Garrincha asoman primeros en la fila. Es verdad que les queda muy poco de aquel estilo que los hizo reyes del mundo. Ahora son “prácticos”, profesan “el pragmatismo”, una fe que los ha tornado más terrenales.

Brasil ha abandonado el estilo histórico, que era su gran tesoro. Todos los clubes y selecciones jugaban igual, al toque, al ataque, desbordando con la subida de los laterales, haciendo valer su técnica excelsa, el remate letal de media distancia; aparecían fenómenos como Gerson, Jairzinho, Tostao, Rivelino, Falcao, Zico, Sócrates, Romario, Ronaldo, Ronaldinho... y solo era cuestión de meterlos dentro del esquema.

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Entonces la máquina funcionaba sola. Y era un reloj que daba preciosamente la hora. El problema lo tenían los rivales. Un día, que podríamos ubicarlo en el Mundial de 1990, con Sebastiao Lazaroni empezó la moda de los técnicos preparadores físicos y la manera brasileña de jugar al fútbol fue siendo desplazada hasta quedar casi arrumbada. Desde luego se mantienen en la cima, pero ya no apabullan tan seguido a los rivales, tienen que sudar.

Pese a ello, son grandes candidatos: les queda el oficio, la tradición, el biotipo físico imponente, y la siempre ponderada capacidad de hacer gol en cualquier jugada, de la nada. El gol está en el ADN del futbolista brasileño. Y en certámenes en que las instancias decisivas son a partido de ida y vuelta, donde prevalece el gol de visitante, tienen enormes posibilidades de avanzar.

La actual falta de figuras brasileñas las suplen con extranjeros, sobre todo argentinos y uruguayos, de los que cada vez hay más. Cada año crece el número de futbolistas foráneos en Brasil. Ayuda la economía.

Aquella proeza del Once Caldas en el 2004 suena hoy a utopía. Apenas han pasado nueve años, pero se nos antoja más lejana. Fue la hazaña de Pulgarcito frente al Santos, el Sao Paulo, Boca Juniors. Hoy no se advierte cómo un conjunto modesto pueda coronar. Un abismo presupuestario separa a los grandes de los chicos. Los futbolistas son como los autos: los hay de 20 mil dólares, de 200 mil y de 2 millones. Y, salvo excepciones, rinden en consecuencia.

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Jugada la primera fase, quedaron en carrera seis brasileños, cinco argentinos, tres colombianos, tres chilenos, tres paraguayos, dos bolivianos, dos ecuatorianos, dos mexicanos, dos peruanos, dos uruguayos y dos venezolanos. Ya por número parten con ventaja los dos primeros. Hay que ver quién tiene material para dar la sorpresa. Y quién se anima.