BARCELONA, España

Su obra sigue siendo inagotable. Semanas atrás la Universidad de la Sorbona dedicó un congreso a Alejandra Pizarnik y la Casa de América Latina en París le rindió un homenaje con el ambicioso proyecto de una joven editorial francesa, Ypsilon, bajo la dirección de Isabella Checcaglini, de traducir, libro tras libro, la obra completa. Ypsilon ha concretado, con textos incluidos en la edición española de Prosa Completa, un proyecto de Pizarnik titulado Cuaderno amarillo, en traducción de Jacques Ancet, uno de los mayores traductores de poesía latinoamericana. Aunque ya existían varias versiones, este proyecto total permite nuevas lecturas de intensidad vertical, y sugiere que se haga lo mismo en lengua española. Es la mejor manera de leerla, paso a paso, y captar sus distintos rostros. Entre ellos el de su prosa, su tensa prosa que se percibe en los últimos poemarios, Extracción de la piedra de la locura y El infierno musical. Nunca nada es completo en su literatura, o mejor dicho, está astillada: fragmentos que se apelan entre sí de un libro a otro, en una órbita que muestra su rostro múltiple. Hay un filón en el que considero uno de sus textos narrativos fundamentales, publicado póstumo, La bucanera de Pernambuco. Aquí todo es juego, irreverencia, cortocircuitos verbales plagados de calambures, paronomasias y glosolalias que sorprenden a sus lectores habituales y que, por la disonancia humorística, a veces les incomoda. César Aira lo consideraba un ejercicio fallido. Discrepo. La dimensión del fracaso es la dimensión de la gran búsqueda.

Pizarnik también astilla su recepción porque sabotea sus referentes con una palabra explosiva y actual. Traductora de Artaud, lectora de Proust, de Nerval, de Lautréamont, su filiación francesa plantea la cuestión de las tradiciones de una escritora con genealogía nómada. Hija de judíos eslovacos que inmigraron a Argentina, Francia estuvo siempre entre sus referentes. Encontró allí su familia literaria. Vivió en París algunos años, luego volvió a Buenos Aires. Richard Millet la menciona en su polémico ensayo L’enfer du roman, esa defensa de la gran novela que termina recurriendo, como ocurre en estos casos, a los poderes de la poesía, y en la que toma como referente a escritores decisivos. La incluye en un listado entre Artaud y Paul Celan. Esas coordenadas son una clave de interpretación. Millet la rescata junto a pocos latinoamericanos de alto registro verbal como Carpentier, Cortázar y Onetti. En el balance del siglo XX, Pizarnik es un eje de la poesía latinoamericana.

Fundó un espacio trizado de gran intensidad, donde sus temas giran vertiginosamente entre la infancia, el silencio, la desolación, la palabra perdida y la deseada. Y, cómo no, su anhelo por escribir prosa que salta en cada página de su Diario, como quien busca la fluidez acogedora de las novelas, deseo parecido al de Fernando Pessoa. Nunca escribieron esas novelas. Sus palabras poéticas estallan en cada párrafo, no resisten a la larga duración temporal de la novela que busca su profundidad en el límite del horizonte. A los lectores les basta descubrirla por un poema suelto, en alguna antología, para percibir desde ese mirador toda la extensión de un campo en plena batalla.