A dos meses y medio de la elección presidencial en Ecuador, en Cristo del Consuelo, por ejemplo, hay quienes desconocen los nombres de los candidatos para esos comicios, pero de los jugadores de Barcelona recitan hasta los apodos. Ahí, en el suroeste de Guayaquil, se habla más de Perlaza, Banguera o Mina que de Correa, Lasso, Acosta, Noboa...

La coyuntura electoral ha quedado de lado frente a la etapa final de este campeonato de fútbol. Luis Triviño, de 44 años, prefiere conocer la futura alineación antes que la papeleta. Cuenta por qué. Desde su vivienda, en la E y Augusto Segovia, da la única explicación que encuentra posible: “El campeonato es más importante porque yo soy barcelonista, con los políticos no tengo nada que ver”.

Y no solo habla Luis Alberto. Hablan, también, las banderas y camisetas que hoy adornan balcones y puertas. Hablan los tonos amarillos de las paredes o la decoración del dormitorio. Hablan las fachadas pintadas con el escudo del club. Con un toro. Con grafitis que alientan al equipo o que se burlan del rival. Habla la piel tatuada de los más fanáticos. Hablan los adhesivos ¬cada vez más grandes, cada vez más numerosos¬ pegados en los autos junto a imágenes de la Virgen María o del Divino Niño.

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Todavía hablan, pese a que la última vez que Barcelona ganó el campeonato nacional fue en 1997. Casi quince años y catorce torneos sin alzar la copa y, sin embargo, aún es el club que más hinchas tiene. Lo dice Brandim, empresa de investigación de mercados que, entre marzo y mayo, realizó una encuesta en 17 ciudades de la Costa y Sierra.

Según estos resultados, al 68% de los consultados ¬7.932 de 11.603 personas de entre 10 y 64 años¬ le gusta el fútbol: el 42,3% de ellos sigue a Barcelona; el 21,46%, a Liga de Quito; el 16,9%, a Emelec; y el 5,19%, a El Nacional. El club ha registrado un repunte: en el 2009, doce años después de la última copa, sus seguidores llegaban al 37,3%.

En las filas amarillas quienes se mantienen fieles son mayoría. “Cuando uno ya nace barcelonista, muere barcelonista”, dice Héctor Arellano, de 17 años. Vive a dos calles de la casa de Luis Alberto y, en lugar de estudiar, trabaja reparando calzado.

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Hoy lo hace desde su vivienda, porque lo botaron de un taller por irse a la última Noche Amarilla, pese al trabajo pendiente. “Cuando juega Barcelona yo me olvido de todo. Soy barcelonista desde chiquito. Nadie me enseñó. En mi casa nadie era hincha. Yo tenía 2 o 3 años cuando quedó campeón y no me acuerdo, pues. Quiero ver cómo es, qué se hace. Igual, si no gana, ni loco me cambio de equipo”.

La escasez de dinero no le ha impedido empezar a pintar el escudo de Barcelona en la fachada de un terreno cercano: pidió “una colaboración” a los vecinos y compró los materiales. El dibujo toma forma, pero espera a que termine el campeonato para pintar las estrellas. Ya cruza los dedos por dibujar catorce.

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Los hinchas, aunque parezca cliché, hablan de amor, de pasión, de devoción, de locura, de entrega... Es frecuente escucharles decir que nacieron así: barcelonistas. Entre los consultados varía la edad, no la respuesta: ¬¿Cuántos años tiene? ¬Cuarenta y cuatro. ¬¿Y de barcelonista? ¬Cuarenta y cuatro.

No solo conocen los nombres de los jugadores. Sacan cuentas y hablan de los puntos que necesitan para ganar como si hablaran de una materia estudiada con esmero para un examen final. “Solo tiene que ganar un partido y empatar otro”, dice uno. “Así Emelec gane todos los partidos, Barcelona gana si hace cuatro puntos”, comenta otro. “Si Emelec pierde el domingo y Barcelona gana, ya somos campeones”, agrega un tercero.

Pero la fecha de ese examen final aún es incierta: puede ser hoy, puede ser el miércoles. José Reyes, de 23 años, espera que sea este domingo. Él y sus amigos, integrantes de la Sur Oscura, alquilaron un bus para viajar de Durán a Ambato, donde juega hoy su “ídolo”. Su auto revela su afición. Los símbolos del club aparecen en los asientos; el piso y el panel delantero son amarillos y tienen las insignias del plantel. También carga camisetas, gorras y banderas.

Freddy Zambrano cuenta que en el barrio Garay, en el sur, contratarán a un discjockey para celebrar la vuelta olímpica. Lo da por hecho. “Unos ochenta barcelonistas han aportado para hacer una bandera gigante, poner una tarima y celebrar”, relata el hombre, de 44 años, tras asegurar que la afición por la amarilla les ha hecho olvidar las rencillas entre los vecinos.

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Raúl Matamoros, uno de los 29 barcelonistas detenidos el 19 de mayo en medio de enfrentamientos con la Policía tras un partido, no logra recordar la última vez que su equipo dio una vuelta olímpica. Tenía 5 años.

Por ir a la cárcel durante 42 días casi pierde el año en la Universidad de Guayaquil. Su madre, durante el encierro, le botó todas las camisas, cintillos y banderas del equipo que tenía. Su novia lo dejó en agosto porque, a pesar de todo lo vivido, una vez más prefirió irse al Clásico del Astillero, en el estadio Capwell.

Admite que la afición le gana al punto que, cuando no tiene dinero para pagar la entrada al estadio, llega a los partidos hasta cinco horas antes para “pedir ayuda”: de 25 en 25 centavos consigue ingresar al área general. “Lo que sea por entrar”.

Ángel Encalada, de 56 años, va más allá: dice que es barcelonista desde que estaba en el vientre. Se declara un hincha apasionado. Vende pollos a la brasa en Sucre y Boyacá, en pleno centro, y sí, el local se llama Barcelona. Los hinchas lo visitan para comer o comprar entradas al Monumental, pues tiene autorización para venderlas. Futbolistas y dirigentes también llegan con frecuencia. Una prueba son las decenas de fotos que conserva como un tesoro.

Su apoyo al equipo se manifiesta en el sorteo de entradas o en la alimentación diaria a los jugadores de las divisiones menores. “Todo es cortesía”, dice.

Stefanía Reyes, de 26 años, quien vive en Sauces, no se pierde un partido de Barcelona en Guayaquil. Antes la llevaban sus familiares ¬todos barcelonistas¬ y ahora va por su cuenta, con sus amigos de la universidad. Llegan con camisetas, banderas y carteles. “Es una muestra de amor y de orgullo... Al mundo le estoy diciendo que soy barcelonista hasta la muerte. Fiel a mi equipo”. Las historias de Luis Alberto, Héctor, José, Freddy, Raúl o Stefanía se replican en todo el país.