No resulta fácil juzgar el comportamiento de los demás. Comprendí que somos capaces de lo peor, no porque somos visceralmente malos sino porque nos sentimos frágiles, heridos, frustrados. Vivimos esperando de los demás lo que no nos dan, entonces los provocamos hasta que reaccionen, los lastimamos porque nos duele algo. Si logramos admitir nuestras fallas no podremos tener prejuicios frente a los demás, nos ubicaremos en una actitud de conciliación, la que no siempre significa que renunciaremos a la agresión sino que intentaremos disfrazar de comprensión nuestro deseo de herir. La hostilidad se convertirá en una seudocompasión. Por eso mismo es difícil adquirir la necesaria sabiduría para controlar con la mente los impulsos emocionales y dialogar sin polemizar.

El fundamentalismo cristiano es el no al diálogo y el rechazo al cientifismo pues no necesita hablar si ya lo sabe todo, es dueño de la verdad absoluta y ridiculiza a humanistas y filósofos. No existe mayor diferencia entre el fundamentalismo y el fanatismo. Se puede lapidar porque la Biblia y el Corán lo prescriben, existe un apego total a la letra sin posibilidad de adaptación o de evolución, se dogmatiza la concepción cristiana, hay total incompatibilidad entre la creación tal como la narra la Biblia y la teoría de la evolución, razón por la cual el Vaticano se puso en guardia frente a las teorías de Teilhard de Chardin hasta que el papa Juan XXIII declaró: “¡Cuidado!”. “No empecemos de nuevo con lo de Galileo!”, sin embargo, el Santo Padre prohibió la lectura de aquellos libros. Benedicto XVI en cambio elogió recientemente una teoría de Teilhard. Desde luego, tanto el fundamentalismo cristiano como el musulmán condenan al infierno eterno a homosexuales y transexuales por apego absoluto al Antiguo Testamento. El fundamentalismo, lo recalcamos, es el rechazo frontal a quien no piensa como nosotros, actitud lamentable en pleno siglo XXI.

Recuerdo haber escuchado en una reunión social a un brillante abogado de la localidad afirmando: “Lo malo de Hitler es que no acabó con todos los judíos”. Cuando le hice notar que esperaba en el futuro verlo cambiar de opinión, me miró a los ojos y me dijo textualmente. “Yo, señor, jamás cambio de parecer”. Eso se llama fundamentalismo. El agnóstico deja todas las puertas abiertas.

He podido notar que sentía una gran alegría cuando podía devolver bien por mal. Me encanta este clisé que todos conocemos: “Cuando menos lo merezco es cuando más necesito de ti”. No he logrado todavía aplicarlo del todo en mis relaciones familiares. Cada vez que me dejé llevar por la ira, sentí luego una gran tristeza. Ser no violento es aprender a escuchar, es desdoblarnos para vernos actuar, es desarrollar al máximo nuestro sentido del humor. Cada vez que lo perdí hice el ridículo y sucedió numerosas veces. Cuando Alejandro Magno le pregunta a Diógenes: “¿No me tienes miedo?”, el filósofo pregunta: “¿Eres un bien o un mal?”. “Soy un bien”. “¿Entonces, quién podría temerle al bien?”; razón por la cual Alejandro Magno confiesa: “Si no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes”. Estamos muy cerca de la fina ironía de Sócrates.