LONDRES

En el sistema bipartidista de Estados Unidos cada partido solía tener medios y fines casi opuestos. Los republicanos tradicionalmente han abogado por la limitación de poderes, el recorte de impuestos, la reducción del gasto estatal y la poca intervención del gobierno en la libre empresa y el emprendimiento. Por otro lado, los demócratas han procurado extender el tamaño del gobierno, incrementar el gasto estatal y de los impuestos, y aumentado la regulación a empresas e individuos. Sin embargo, esta polarización se ha ido disminuyendo gradualmente con el paso de los años. Los republicanos convirtieron su discurso en uno casi tan populista y demagogo como el demócrata, volviendo cada vez más delgada la línea que diferenciaban los principios entre ambos partidos.

Así es como los millonarios salvatajes que el gobierno demócrata de Barack Obama realizó al inicio de su gobierno estuvieron precedidos de otros tantos en el gobierno republicano de George W. Bush. El gasto público de estas dos administraciones consecutivas se disparó como si se tratara de dos presidentes demócratas. Lamentablemente, el resultado del encuentro ideológico de estos dos partidos es una economía decadente, una deuda gigantesca y un déficit fiscal que amenaza cada año con destruir la primera economía del mundo.

Quizás justamente por ello, las elecciones del próximo noviembre prometen ser diferentes. Las propuestas de Obama apuntan a que el tamaño del gobierno estadounidense y de su deuda crezcan, con el propósito de que sea el gobierno el principal catalizador de la economía. Milton Friedman, premio Nobel de Economía, decía que las políticas públicas no deben medirse por sus intenciones sino por sus resultados. Los resultados de la administración de Obama son devastadores: según un estudio de Associated Press (AP), la pobreza ha alcanzado niveles récord, con dígitos no vistos desde la década del sesenta, mientras que las peticiones de subsidio al desempleo se incrementan semana a semana, según el Departamento de Empleo de este país.

Mientras, Mitt Romney y su compañero de fórmula, Paul Ryan, representan una propuesta radical. El presupuesto que ha presentado Ryan, y que Romney apoya, incluye una profunda reestructuración del Medicare (el sistema de salud para mayores de 65 años), recorte de impuestos, privatización de pensiones, entre otras medidas tradicionalmente republicanas y que llevaron a este partido a ganar la mayoría en el Congreso en el 2010.

Luego de años de centroizquierdismo, en estas elecciones ambos partidos parecen resueltos a defender los principios que representan. Los estadounidenses deberán elegir entre continuar el camino expansivo del gobierno o volver a sus raíces y devolver el control de la economía al sector privado.

Ecuador ha vivido una situación parecida. Pese a la leyenda de la larga noche neoliberal, el tamaño del gobierno y su control sobre la economía han crecido constantemente desde, al menos, el retorno a la democracia. Convendría preguntarse si llegará el día en que los ecuatorianos podremos tener una verdadera elección como la que hoy tienen los estadounidenses y, si llega, estaremos preparados para cambiar de rumbo hacia el crecimiento económico.