Como maestro, con los años me van quedando recuerdos de alumnos que terminaron el bachillerato cumpliendo reglamentos educativos y con fiestas por todo lo alto.

Decían unos chicos: “Fui medio vago, ¿y cómo pasé?”, y la pregunta se repetía en la universidad, hasta ser profesionales. Cuando yo estudié, la secundaria se pasaba de año con 45 puntos, con promedio 15; ahora se pasa con 13. Creo que la “ayuda” no justificó el problema que hoy lamentamos: el estudiante no se esfuerza.

El bajo nivel académico de muchas personas se ve reflejado después en la forma de desenvolverse en el trabajo, en el servicio que ofrecen luego de graduarse; unos lo hacen bien y con esfuerzos, y otros con mediocridad. Actualmente las cosas están cambiando, el acceso a las universidades públicas depende de un examen de ingreso; posteriormente se hará la mismo con las universidades privadas.

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La idea es clara: solo entrarán a la universidad los que tengan méritos. Aquellos que no reúnan los puntos, quedarán para algún curso o instituto superior, pero verán cerradas las puertas de las universidades si no consiguen a alguien que los nivele y les enseñe los conocimientos recibidos en el colegio y que no retuvieron. No toda la culpa es de los alumnos; padres, maestros y sistema educativo tienen mucho que ver. Hay padres que echan la culpa al maestro de no enseñarle bien a sus hijos, mientras los padres se dedican a cualquier actividad, menos a revisarles las tareas o ayudarlos; y hay alumnos que saben con qué maestros deben ser estudiosos y con quién no, total, si los pasan de año.

Por ello se desean más maestros pulcros en su profesión, que dirijan por el camino del bien. Se suma a esto que hay colegios con 60 o más alumnos por aulas, salas no adecuadas, maestros que no enseñan, autoridades por décadas en el mismo puesto como dictadores administrativos con poca paciencia y no ganas de mejorar; más de mil alumnos y apenas tienen doce baterías sanitarias y dos conserjes que no alcanzan a limpiar salones, baños..., convirtiéndose los planteles en focos de enfermedades y en denigrantes. ¿Quién controla esto? Las autoridades pasan en oficinas con aire acondicionado y reciben la información por correos electrónicos, pero en nada se parece a la triste realidad de la educación pública; visiten escuelas, colegios y conversen principalmente con los alumnos, los problemas son muchos más.

Víctor Fernando Barrera R.,
profesor, Guayaquil