JORGE MARTILLO MONSERRATE
jotamartillo@yahoo.es.- El juego había llegado a su final. Ese 27 de noviembre de 1992, la canción que tantas veces cantó se hizo realidad: "En el juego de la vida/ nada te vale la suerte/ porque al fin de la partida/ gana el albur de la muerte". Ese día murió en Ocala, Florida, Daniel Santos, el Inquieto Anacobero.

Sobre él se han escrito miles de páginas: biografías noveladas, cuentos, crónicas, artículos y últimamente el documental cubano: Daniel Santos: gozando en La Habana.

Su vida siempre estuvo rodeada por leyendas, polémicas, dimes y diretes.

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Lo cierto es que Daniel Doroteo Santos Betancourt nació el 5 de febrero de 1916 en Santurce, Puerto Rico. Antes de ubicarlo en Guayaquil, recordemos algunos hechos curiosos e importantes de su agitada vida.

Él nunca olvidó sus orígenes, ni cuando su padre -antes de partir como polizón a Nueva York-le entregó una cajita para que lustrara zapatos. A sus 9 años llegó a Nueva York. A los 14 años vendía hielo, carbón, ron falseta, cortaba árboles, limpiaba calles, construía aceras y destapaba cloacas. En septiembre de 1930, debutó como vocalista del Trío Lírico amenizando fiestas latinas, también cantaba en el conjunto Yurumí.

Después en el cabaré Cuban Casino administraba a 5 prostitutas que le entregaban el dinero ganado con sus cuerpos. Todo eso se lo cuenta a Josean Ramos en Vengo a decirle adiós a los muchachos.

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Pero su vida artística cambió positivamente cuando el compositor Pedro Flores lo escuchó interpretar Amor perdido y lo contrató para que cante en el Cuarteto Flores.

En 1982, en conversaciones que el venezolano Héctor Mujica, tituló: El Inquieto Anacobero. Confesiones de Daniel Santos, se proclama: "Puerto Rico es una colonia y eso está jodido. Yo quisiera tener un pasaporte que dijera: 'República de Puerto Rico' y no 'United States of America'. Quisiera tener una bandera oficial, un himno oficial. Nuestro, puertorriqueño, no el de otro país".

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En esa línea ideológica compuso canciones nacionalistas como Despierta borincano, Levanta Borinquen, Porque soy boricua, Yankee go home. En 1957, escribió y grabó Sierra maestra, monte glorioso de Cuba, dedicada al grupo Movimiento 26 de Julio, disco que envió a Fidel Castro y este lo hacía sonar en la emisora clandestina para alentar a las tropas que peleaban contra el dictador Batista.

En Vengo a decirle adiós a los muchachos, Daniel Santos cuenta su paso por Guayaquil. Acepta que en Ecuador siempre tuvo mala suerte por su propia culpa, la mala fe de los empresarios y que tres veces -1956, 1968 y 1972- fue a parar a la cárcel. Recuerda que en 1956, la primera vez que vino a Guayaquil, se presentó en el desaparecido teatro Apolo (Seis de Marzo entre Aguirre y Clemente Ballén) a la tercera canción se quedó afónico porque había bebido cervezas, pidió excusas y cuando se retiraba: "...sentí la indignación del público manifestarse en una guerra de sillas voladoras, botellas y vasos que rozaban mi celaje, y varios disparos que me hicieron correr al camerino en busca de refugio". Salió del teatro resguardado por policías, mientras los bomberos intentaban apagar el incendio. Fue a dar con sus huesos al cuartel Modelo y lo confinaron en una celda: "En las otras celdas mantenían apiñados a los delincuentes comunes, que juntos formaban un cuadro dantesco difícil de olvidar. Era lo más depravado que había visto en mi vida: drogadictos, rateros, borrachos, homosexuales, sátiros y desajustados mentales, todos semidesnudos, mirándome atónitos como si hubieran visto un espectro".

En ese cautiverio surgió el Guayaquil mágico: "De pronto, uno de los presos empezó a gritar: 'Damas y caballeros, tengo el honor de presentarles al Inquieto Anacobero, Daniel Santos', e inmediatamente el que estaba al lado tomó una escoba y empezó a cantar: 'Preso estoy y estoy cumpliendo la condena, la condena que me da la sociedad; me arrepiento, me avergüenzo y me da pena pero tengo que cumplirla en soledad...'

(...) Al día siguiente la prensa dio la noticia de mi encarcelamiento y el pueblo de Guayaquil me dio muestras de afecto al llevarme las cosas más necesarias en aquellas circunstancias: revistas, cigarrillos, café, galletas y una radio para escuchar a Julio Jaramillo cantar."

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Al tercer día de encierro compuso el bolero Cautiverio: "Que lentas pasan las horas,/ en esta cautividad;/ aquí se sufre y se llora/ y triste es la soledad./ Las horas parecen años/ diez años parecen más/ los amigos son extraños/ se olvida la humanidad". Lo sentenciaron a 2 días de prisión y a pagar una multa de 30 sucres. Pero él se negó a salir sin antes realizar un gesto solidario con sus compañeros de encierro, les compró 19 camas con sus respectivos colchones, almohadas, sábanas y toallas, galones de pintura y brochas para mejorar en algo aquel infierno. Este gesto fue confirmado, años después -diciembre de 1994-, cuando Hugo Delgado Cepeda entrevistó al abogado Pedro Yagual Cucalón, que en 1956 era el comisario de Policía a quien el boricua nombra en su alegre guaracha Cataplum pa' dentro Anacobero, canción también escrita en ese encierro.

El periodista de espectáculo Paco Fuentes Monroy recuerda que la última vez que vino El Jefe se presentó en el coliseo cubierto para un festival rocolero. "Ya estaba en el ocaso, salió con un bastón y en el escenario le tenían una butaca, cuando empezó a cantar desde la general empezaron a lanzarle monedas. Era inexplicable porque estaba cantando bien". Cantó dos canciones, se bajó del escenario y se encerró en su camerino. No quería volver argumentando que él era un artista y no un mendigo para que le lanzaran monedas. El coliseo estaba a reventar. Finalmente, volvió, invitado por la policía y cantó sus últimas canciones. Fue su ocaso en Guayaquil.

Cuentan que en su tramo final, Daniel Santos, afectado por el mal de Alzheimer, aún creía que vivía sus días de gloria, fama y jaleos. El Jefe, como lo llamaban en Colombia, murió hace 19 años y está enterrado en el cementerio del Viejo San Juan, cerca de las tumbas del compositor Pedro Flores y del nacionalista Pedro Albizu Campos.

Su juego de la vida había llegado a su final, pero el Inquieto Anacobero sigue más vivo que nunca cuando suenan sus románticos boleros y sus alegres guarachas.