Patricia Villarruel
MADRID.- El folclor no aparece reñido con las expresiones religiosas más sacras en la celebración de la Fiesta Mayor de la Virgen de El Cisne. Ocurre en Loja y, desde hace algo más de un lustro, en Madrid. Un vistazo al documental La Churona ilustra bien esa vecindad compartida en el éxodo de miles de ecuatorianos aferrados a una devoción que emigró con ellos como un día lo hizo la talla de la Virgen de cabello ensortijado a la capital española. Esa constante (y necesaria) invocación a la fe, se revela después de cinco años de trabajo y noventa horas de rodaje de la mano de la cineasta y antropóloga María Cristina Carrillo. La cinta recuerda, además, la polémica que estalló en el 2006 entre los miembros de la Fundación Virgen de El Cisne, presidida por Carmen Ballagán y Emilio Regulez, párroco de la madrileña iglesia de San Lorenzo. El sacerdote se negó a aceptar la efigie en una urna de grandes dimensiones en el templo donde había permanecido durante meses. La riobambeña la trasladó al restaurante que regentaba y, luego, a su vivienda. Su peregrinar se asemeja al de sus devotos. Es una Virgen migrante. Y su viaje no es solo transatlántico. Esta producción de la Corporación Ecuador para Largo requirió de un presupuesto de 150.000 dólares que salió de las arcas del Consejo Nacional de Cinematografía, del Ministerio de Cultura, de la Flacso, así como de otras entidades patrocinadoras. También ganó el premio de Post Producción en el Festival de La Habana y en breve continuará su recorrido por otros certámenes, en México y Finlandia. En la distribución, el documental ha contado con el apoyo de la Secretaría Nacional del Migrante. Se estrenó en Quito y Loja. A mediados de septiembre se proyectó en Madrid. La Churona colgó el cartel de no hay entradas en su única exhibición en la Sala Iberia de la Casa de América (decenas de personas no pudieron ingresar al recinto con aforo para cien espectadores). Se vieron sonrisas dibujadas en el rostro de muchos asistentes. También ojos humedecidos. Su directora, María Cristina Carrillo, analiza con EL UNIVERSO las claves del éxito de esta historia.

¿Cuál es el propósito de La Churona?
Me interesaba mostrar el vínculo de los emigrantes con sus familias. Esta historia era perfecta porque la Virgen de El Cisne es un símbolo de una comunidad, tiene una identidad y remite al espacio de donde esas personas provienen; también, a las emociones, creencias y sentimientos que les vinculan.

¿Cómo, desde este documental, se puede definir la identidad del ecuatoriano?
Desde mi perspectiva, vincularía esa identidad religiosa a lo sincrético, a lo festivo, incluso, a lo barroco sin que esto suponga infringir las pautas de lo sagrado. En España, la religiosidad está más ligada a lo institucional, a lo sacro.

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¿La religiosidad vinculada al folclor?
De cierta manera, sí. Por ejemplo, la Fiesta Mayor de la Virgen de El Cisne en Madrid acompañada de la elección de Miss Ecuador es una de las escenas que más llaman la atención, causa risa en algunos y hasta molestia en otros. Resulta surrealista ver al sacerdote presentando a las candidatas pero ocurre así y de la manera más natural. Si lo hubiera planificado en un guión estoy segura de que no hubiera quedado tan bien.

Pero la talla de la Virgen se convierte, también, en un símbolo de poder...
Los protagonistas creen en la Virgen pero tienen sus posiciones e intereses. Por un lado, para Carmen Ballagán que trajo a Madrid un cuadro y, luego, la talla, las celebraciones eran una forma de ganar importancia dentro la comunidad ecuatoriana (la inmigrante lanzó su candidatura a asambleísta). Los sacerdotes de la parroquia de San Lorenzo encontraron en la Virgen una forma de alimentar su trabajo y vieron cómo la iglesia se llenó de fieles. Tampoco faltaron los políticos, ecuatorianos y españoles, que se apuntaron a esa devoción. Pero, sin embargo, perviven la fe y las creencias verdaderas.

Esa necesidad de creer en algo...
Efectivamente. Al final del documental hay el testimonio de un joven que cuenta las grandes dificultades que sufrió para llegar y el hecho de ver a la Virgen, a la bandera y a sus compatriotas, le hacía sentirse más cerca de casa y, además, le ayudaba a sobrellevar la situación.

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La cinta se ha presentado en varias ciudades ecuatorianas, ¿cuál es la reacción del público?
A los espectadores ajenos a la realidad ecuatoriana les produce mucha sorpresa, es un descubrimiento. En Quito, las personas comentaban lo lejos que están de la realidad de los migrantes. Y en Loja, en cambio, me sorprendió el silencio que imperaba en la sala, algo que tiene que ver, por un lado, con el hecho de que la Virgen es parte de su día a día; y, por otro, con el desconocimiento sobre la dimensión que alcanza en Madrid. En todas las ciudades conmueve y eso es un verdadero regalo para cualquier director de cine.