Amor sin humor es guiso sin despertador del sabor, tedio que caracteriza la insípida vida en común. Hay cónyuges que bostezan juntos o hablan por el celular. La mortalidad me parece la verdadera democracia que nos iguala a todos, pasaporte para la verdad.

La mujer es el mayor acierto del Creador. Lo malo es que a veces prende incendios para descongelar ilusiones. Lo bueno es que se pone zapatos de tacos altos si usted se obstina en besarla en la frente, lo malo sucede cuando deja huellas de lápiz de labios en su camisa para solidarizarse con su esposa, castigar sus travesuras. Nunca entendí eso del amor libre pues no existe amor verdadero sin libertad compartida: siempre duerme con la puerta abierta.

Supongo que ha de ser más fácil detener el tiempo que a una mujer cuando decide que dejó de amar. El matrimonio puede ser cárcel pero hay prisiones con comodidades. Flaubert dijo que ciertas féminas ostentan tantas alhajas que parecen compradas. El precio de un trueque sexual varía desde veinte dólares hasta un Mercedes 500 con asientos de cuero.

Sería bueno que un día pudiéramos descubrir los secretos de la “humanimalidad”, pues la peor bestia no está hecha de simple carne sino de un espesamiento del cerebro. Los animales con el tiempo tienden a ser más humanos; los humanos, más bestiales. Más conozco a los hombres, más amo a las mujeres. Los perros, a pesar de lo que dijo Pascal, poco tienen que ver en mi caso.

Soy hombre muy abierto: estuve en quirófanos dieciocho veces. En la puerta de mi oficina puse cada vez un letrero que rezaba: “Cerrado por causa de apertura”. Me creí inteligente hasta que me operaron a corazón abierto. El cirujano notó que mi sangre utilizaba desvíos sospechosos antes de llegar al cerebro. Hace tiempo que no intento comprender mis desvaríos. Mi maldición es ser imprevisible y apasionado.

Tengo todos los defectos de un animal racional. Las termitas y hormigas son más organizadas. Soy incapaz de explicar la teoría de la relatividad. No soy una pasión inútil, como lo pretende J. P. Sartre, porque disfruté las que más pude. Quisiera que existiesen pecados mortales por estrenar. No soy pesimista como Schopenhauer, solo que andan de duelo mis certezas; nunca miento, lo que pasa es que siempre extravío mis verdades.

Si la gastronomía erótica es el arte de guisar el amor, no puede haber sexo oral sin libertad de expresión. Ha de ser más agradable llegar a ser sexogenario (el rock de Pajarito Zaguri) que sexagenario, convertirse en viejo carcabien (Andrés Ortiz). Al pensar lo impensable logré hacer posibles cosas que decían imposibles.

El día que muera me gustaría que reciclen mis tibias para fabricar clarinetes, pongan la Danza del fuego de Manuel de Falla en el momento de la cremación. Ser irreverente frente al obituario es cortesía. La vida tan corta es tesoro invalorable para los aficionados, lo demás es literatura. A la mujer que amé durante cuarenta años le dije muchas veces: “No me da miedo la muerte, solo temo no volver a verte”.