Sobre alimentos y alimentación he discurrido desde hace algún tiempo: la buena y la mala nutrición, la seguridad alimentaria y nutricional, la malograda revolución verde y las expectativas de la azul, la engañosa promoción comercial, la producción nacional de alimentos y los efectos devastadores que en esta y en las economías locales tienen las transnacionales del ramo y las políticas proteccionistas del primer mundo y así sucesivamente. Inabarcable, el tema tiene, sin embargo, un aspecto actualmente descollante: la escasez de alimentos que afronta el mundo. Una espantosa hambruna azota a Somalia con millones de somalíes bordeando la muerte. Globalmente el hambre afecta a 1.000 millones de personas. Es dramática la desnutrición en países del tercer mundo. Y para peor, nos abocamos a perspectivas gravísimas. Así, la Organización para la Agricultura y la Alimentación, FAO, alertó que decrecía la oferta de cereales mientras crecía su demanda: para el 2000 existía un déficit de 100 millones de toneladas, para el 2010, 400 millones, y para el 2020, habría un déficit de 700 millones. En un artículo de agosto 11, advierto yo que en Ecuador sorprende que la producción de arroz (y otros cereales) en toneladas por hectárea, sea menor que la de los países vecinos, siendo el arroz un alimento de gran consumo y que en algunos años incluso hemos exportado. Esto, cuando a escala mundial, el precio de los alimentos, en especial de los cereales, ha ido subiendo indeteniblemente. Ahora, Ferley Henao, consultor de T. P. AGRO, comenta mi artículo señalando que los países que implementaron innovaciones técnicas y de otros órdenes, consiguieron aumentar grandemente la productividad de alimentos, reduciendo a la vez los costos, mientras aquellos que no lo hicieron “se anclaron en costos altos que les limitó en el mercado global e incluso les obligó a importar alimentos que normalmente producían”. Concuerdo que novísimos conocimientos y las tecnologías llamadas limpias (con su mejoramiento de semillas, optimizado uso y gestión de suelo, agua y demás recursos naturales, con investigación de los cultivos, ciclaje y retorno de residuos orgánicos dentro del mismo sistema, etcétera) mitigan la crisis alimentaria. Pero ello representa solo un aspecto del problema cuando subsisten extremas iniquidades económicas y políticas. En muchos países pobres la producción alcanza a cubrir la demanda, baja por cierto, de la población de escasos recursos. La causa de la desnutrición allí no es tanto la falta de alimentos, cuanto la pobreza. Ahora bien, Ecuador no corre serio riesgo de una carestía, pero tampoco es una isla y vale permanecer alertas. Así, doy por buena la misión de T. P. AGRO, el grupo consultor que, según su portal www.tpagro.com, intenta “influir positivamente en el desarrollo de la agricultura latinoamericana promoviendo la agro-ecoeficiencia, para orientar al sector rural hacia la eficiencia en términos ambientales, sociales y económicos”.

Concluyo resaltando sus empeños, que en colaboración con la CAF y la Universidad Tecnológica Equinoccial UTE, han dado excelentes resultados entre pequeñas empresas agrícolas del país, incrementando su productividad y rendimiento.