Es la pregunta que nos hacemos. Intenté ubicarme en el ámbito cósmico olvidando al Don Bernard que ciertos me impusieron. Desde mi cama ubiqué mi habitación, el edificio donde vivo, la avenida, la ciudad, el país, el continente, el planeta. Seguí alejándome a la velocidad de la luz hasta que la Tierra apareciera como grano de arroz, luego se esfumara. Los científicos me dijeron que existían aproximadamente trescientos trillones de estrellas pero ¿cómo tener una idea de lo que puede significar tan magna cifra? Escribí el número trescientos, luego tuve que añadir dieciocho ceros. Obtuve 300.000.000.000.000.000.000. Para calcular el número de átomos del cuerpo humano pondríamos un 2 y luego 24 ceros. ¡Escalofriante!...

¿Qué significan mis pocas décadas dentro de aquello. Miré las medallas, condecoraciones cosechadas en el camino, libros publicados, cuarenta años de televisión, artículos en diarios y revistas, peleas estúpidas, broncas familiares intrascendentes, ínfulas ridículas, vanidades infantiles, mi auto, mis cosas. Luego imaginé los 206 huesos de Don Bernard cremados, reducidos a un kilo y medio de cenizas. Con optimismo podía esperar una razonable asistencia a mis funerales pero pronto sería olvidado. Seguiré viviendo a través de hijos, nietos, aunque de forma indirecta.

Me pregunté por qué me sulfuraba por pequeñeces, me quejaba por unos achaques, podía sufrir por un amor no compartido, me podía sentir superior a otros seres por supuestas diferencias. Tenía la suerte de no sufrir discapacidad, poseía una razonable dosis de inteligencia, buen sentido del humor. Volví a leer los Pensamientos de Pascal, encontré consuelo. “El hombre es grande porque se siente miserable”. Al fin y al cabo, el sentido del humor de Pascal se orienta hacia la despiadada lucidez: “El hombre no es ni ángel ni bestia, la desdicha es que al querer hacerse el ángel se vuelve bastante bestia”. Habré llorado a lo largo de mi vida, según el calculado promedio de Google, 76.000 dedales de lágrimas, llenado bañeras de sudor. El creador poeta quiso que nuestros labios no transpirasen.

“¡Qué panorama más desolador!”, pensarán ustedes. Pues nada de eso. Estos seres humanos miserables perdidos en medio de lo infinito levantaron pirámides, obras monumentales. Por el amor de una mujer un hombre construyó el Taj Mahal, la fe logró levantar centenares de catedrales, mezquitas maravillosas, templos budistas sobrecogedores, unas madres dieron la vida por un hijo o viceversa, existen seres como la Madre Teresa, cada día en el mundo se llevan a cabo obras llenas de esperanza, más allá de guerras, mezquindades, odio, rencor, reinan valores fundamentales. Todos nosotros, aunque seamos insignificantes hormigas, hemos de asumir esta frase: “Hago de la mejor forma posible lo que me toca hacer”. Lo que nos distingue es lo que nos une, nos ennoblece: no existe en la faz de la tierra algo más divino que el amor humano. En la caja de Pandora se quedó acurrucada la esperanza. No alcanzamos el tamaño de un grano de arena frente a trescientos trillones de estrellas aunque tuviésemos la misma suma de dinero en algún banco. Todos nos marchamos, el amor permanece: es eterno, con o sin nosotros.