Simón Pachano
Muchos observadores internacionales han expresado su sorpresa por el apoyo incondicional de nuestro gobierno a la agónica dictadura de Gadafi. Asimismo, han manifestado su confusión por el voto ecuatoriano en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas en contra de la investigación de los crímenes de lesa humanidad en Siria. No pueden explicarse que un gobierno que se autocalifica de izquierda y que dice respetar las reglas democráticas apoye a regímenes que no tienen ni de lo uno ni de lo otro. La dictadura abierta de Libia y la encubierta de Siria no tienen ni de lejos los estándares mínimos de una democracia pluralista y respetuosa de los derechos básicos. Tampoco ofrecen a su población, a pesar de que se llamen socialistas, las condiciones de bienestar y de acceso a los servicios, que deberían caracterizar a los gobiernos de izquierda. Ambos son regímenes autoritarios que han empobrecido a sus pueblos para enriquecer a los gobernantes y sus familiares.

Ante esa realidad, resultaría una ingenuidad aceptar la explicación oficial que sostiene que la posición ecuatoriana obedece a la defensa de los derechos humanos y al principio de autodeterminación de los pueblos. La primavera árabe es, sin duda, el avance democrático más importante después del derrumbe del Muro. La formación de una verdadera sociedad civil, con conciencia de sus derechos y de su capacidad para incidir en el rumbo de sus países, es un hecho de una magnitud enorme para pueblos que estuvieron sometidos por formas arcaicas de dominación. La formación de gobiernos emanados directamente de la voluntad popular, sin líderes iluminados (como el libio que se hace llamar el rey de reyes), y la separación de la Iglesia y el Estado son los objetivos que han movido a esas masas humanas. Son, por tanto, verdaderas revoluciones en el sentido de saltos cualitativos en la historia.

Tres explicaciones se pueden encontrar para la posición del gobierno nacional. La primera es el pago de una deuda –ajena para los ecuatorianos– con el líder libio, que durante algunas décadas actuó como el padrino de los movimientos armados latinoamericanos. Si él se puso con plata y persona a favor de quienes luchaban contra regímenes dictatoriales en esta región, entonces ahora hay que devolverle el favor. Para ello hay que mirar para otro lado en lo que se refiere a su fortuna, a la corrupción y a la tiranía sobre su propio pueblo. La segunda explicación proviene de una visión rústica y elemental de la geopolítica. Si ambos países se han enfrentado a los poderes imperiales y han apoyado la lucha palestina, entonces están en el lado de los buenos. El enemigo de mi enemigo es mi amigo, dice la sentencia primitiva de quienes ven el mundo en blanco y negro.

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La tercera explicación puede provenir de la concepción de poder y de sociedad que tienen los pesos pesados de la revolución ciudadana. El poder se ejerce, la ciudadanía obedece. Cualquier desviación de esto es terrorismo. Como en Siria. Como en Libia. Como en Ecuador.