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LOS ÁNGELES, EE.UU..- El pasado sábado se cumplieron 100 años del nacimiento de Lucille Ball y 60 años desde que salió al aire el primer capítulo de la serie Yo amo a Lucy, pero su talento sigue fresco y actual.

Otras telecomedias contemporáneas del show de Lucille Ball y Desi Arnaz, que estuvo en el aire de 1951 a 1957, como Papá lo sabe todo, hoy evocan más nostalgia que risas.

Pero Yo amo a Lucy, en toda su gloria en blanco y negro, sigue atrayendo a una audiencia global, incluso entre las jóvenes generaciones que no habían nacido en el momento de su estreno.

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Un periodista chino le preguntó a Lucie Arnaz, la hija de Ball, por qué pensaba que su madre y el programa eran tan populares en China.

Es un "fenómeno", dijo Arnaz. "Generalmente pienso en ella como mi mamá. Pero entonces trato de verla como la ve el resto del mundo. Es casi demasiado grande".

¿Quién hubiera previsto que el más intemporal e internacional de los talentos televisivos sería una mujer cuarentona que transformó la función estructurada de un ama de casa neoyorquina de mediados de siglo en materia para la comedia clásica?

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Véase, si no, su lucha contra la maquinaria moderna, cuando a su torpeza con una cinta transportadora se suman la desesperación y la falta de juicio. "Muy bien, chicas, tienen una última oportunidad. Si dejan pasar un solo caramelo sin envolver, están despedidas", dice el rudo supervisor de la fábrica de golosinas a Lucy y su cómplice, Ethel Mertz (Vivian Vance).

La respuesta, típicamente Bell, no necesita palabras. A medida que la cinta se acelera y los bombones pasan en masa, Lucy y Ethel tratan de metérselos en la boca. Bajo sus vestidos. En sus carteras.

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La cara de Lucy, de ojos desorbitados y labios fruncidos, es la de un chico sorprendido al copiar en un examen.

Inicialmente, esa cara de ojos grandes y labios gruesos no era material cómico. Fue una modelo, una cara bonita en los años treinta, una actriz con papeles menores en un puñado de buenas cintas (Stage Door) y papeles más importantes en filmes nada memorables (Dance, Girl, Dance).

Luego llegó la televisión, en la que Lucille alcanzó el estrellato. Y ella con Desi Arnaz, su esposo, socio y coprotagonista, crearon la telecomedia tal como se la conoce hoy.

Obligaron a una industria estrecha de miras a superar sus límites, al demostrar que la audiencia aceptaba como protagonistas a una cuarentona pelirroja de ojos azules casada con un músico cubano con fuerte acento hispano.

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Ball y Arnaz fueron pioneros de la comedia de tres cámaras, lo que descartaba interrumpir las escenas para rodar desde distintos ángulos y permitía la presencia de espectadores en el estudio.

Desilu, la productora creada por ambos, se convirtió en una potencia en la televisión, con grandes éxitos. Al divorciarse de Arnaz, este le vendió su parte de la compañía. Ball, hábil empresaria, la convirtió en una gran productora y en 1967 la vendió a Gulf & Western Industries Inc. Ella era conocida por su modestia, cuando la elogiaban por Yo amo a Lucy, solía darles crédito a los creadores o a otros actores de reparto.

Ball murió en 1989, a los 77 años, pero de ella se conserva toda la vitalidad y alegría.