A comienzos de abril de 1990, veintiún años ya, Otón Chávez Pazmiño me ofreció escribir algunas crónicas para EL UNIVERSO previo al Mundial de Italia que se avecinaba. Yo estaba aún en la revista El Gráfico, de Buenos Aires. Acepté. Al parecer gustaron los escritos y me pidió enviarle un artículo diario desde el gran torneo a jugarse en la patria de Miguel Ángel. Allí comenzó mi larga y entrañable relación con este Diario.

Conocí a don Carlos Pérez Perasso, a quien, con orgullo, puedo definir como un amigo. Nunca fue “el dueño”, “el director”, “el jefe”, siempre “don Carlos”. Un hombre de una serenidad monacal, admirable; lúcido pensador, gran empresario, austero, modesto. Hablaba bajito y nunca le escuché decir “yo tengo”, “yo hice”, “yo dije”. Hasta en su simpatía por Emelec era sobrio. Gustaba de ir al Capwell y compartir una suite común con sus amigos de siempre (Otón entre ellos). Escuchaba más de lo que hablaba (un síntoma de la inteligencia), pero en frases cortas dejaba sentencias. “Jorge, no escribas difícil que la gente no te entienda”, me sugirió con agudeza periodística. La extraordinaria autoridad que emanaba de su persona nacía justamente de su sencillez, de su frugalidad en todo, en el vestir, en el hablar, en su falta total de ampulosidad y ostentación.

Ya para entonces, durante mis periódicas visitas a Guayaquil, escuchaba a amigos afirmar que EL UNIVERSO ponía y sacaba presidentes, que Carlos Pérez Perasso ordenaba campañas desestabilizadoras, que hundía a fulano y entronizaba a mengano y pergeñaba diabólicas conjuras políticas… Fábulas populares.

Por extensión conocí a sus hijos. Don Carlos era él y sus cachorros, siempre cerca. Era yo llegar a Guayaquil y don Carlos invitarme a almorzar. Al fallecimiento del patriarca, el vínculo continuó siendo tan amistoso como siempre. Don Carlos hizo a sus descendientes en la fragua de la simpleza, del respeto, del amor al país.

Durante veintiún años he escrito en EL UNIVERSO en la mayor de las libertades. Nunca se me sugirió un tema, jamás nadie me dijo “Barcelona esto… Chiriboga aquello…” En ningún medio he sentido tanta libertad y he gozado de semejante libre albedrío para exponer mis ideas. Nadie me tocó una coma o me cambió una palabra.

Seis mundiales cubrí para EL UNIVERSO, varias copas América y torneos diversos. Ha sido un honor. El acuerdo económico para la cobertura de un Mundial nunca demoró más de cinco minutos. “Jorge, supongo, que nos acompañarás en el Mundial de Sudáfrica. ¿Cuáles serían tus honorarios…?”. Tanto. “Ya, pues…”. Todo se ha dado en un marco de respeto y amistad tal que hasta cuesta describirlo.

El UNIVERSO es un templo del periodismo ecuatoriano. El Ecuador debería enorgullecerse de él. Es la crónica viva de la vida nacional. Son esos bastiones de la República que nunca debieran perderse, forman parte del inventario popular. Para este cronista de cosas simples como el deporte, es un orgullo escribir en esta casa, pertenecer a ella, compartir sus valores.

Con Julio César Pasquato Juvenal, amigo, compañero, maestro de la revista El Gráfico compartíamos complicidades. Nos entendíamos de memoria, como en esta selección uruguaya comulgan Forlán y Suárez, uno recibe y el otro empieza a correr. Nos daban para producir un especial por los 80 años de Boca Juniors o hacer la historia de la selección argentina o cualquier proyecto editorial y nos decíamos mutuamente: “Nos vamos tocando en pared hasta el fondo del arco”. En estos veintiún años de columnas deportivas, siento a EL UNIVERSO igual que a Juvenal: nos hemos llevado la pelota hasta la red adversaria, jugando, divirtiéndonos. Ha sido un compañero excepcional y me alegro de jugar con él. Por muchos años más.