La calle empedrada Numa Pompilio Llona y la fachada de las casas coloniales de madera que hoy destacan por su buen cuidado y vivos colores atraen a Karla Tingo Mera, de 11 años. La imagen es para ella parte del recuerdo que conserva de pequeña cuando la llevaban a pasear por el tradicional barrio Las Peñas.

“Todo es muy bonito, cuando salimos en familia recorremos todo el malecón y luego vamos a Las Peñas“, comenta Karla, estudiante de la escuela particular Guayas. Ella, a través de las vivencias de sus padres, Segundo Tingo y Jéssica Mera, y de sus maestros, conoce que las casonas de Las Peñas lucieron años atrás deterioradas y abandonadas. La transformación surgió en el 2003, cuando las fundaciones Guayaquil Siglo XXI, Malecón 2000 y el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural iniciaron la regeneración urbana en esta zona histórica junto con el cerro Santa Ana.

En la memoria de su compañero Ángelo Angulo, de 10 años, está grabado el remodelado malecón Simón Bolívar que conoció desde muy niño.

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“Me gusta mi Guayaquil, tiene bellos paisajes”, expresa y añade que faltan más viviendas. Sus padres le han contado que antes la ciudad era diferente. “Las casas eran de caña y no había tanta tecnología”. A él le pareció interesante la visita que hizo al museo miniatura Guayaquil en la historia, debajo del IMAX, en Malecón y Loja. “Conocí cómo era Guayaquil antiguo y cómo ha cambiado”.

La regeneración urbana en el malecón se inició desde 1997 hasta el 2003. Los paseos oscuros y descuidados se transformaron en corredores iluminados y adoquinados, con una diversidad de negocios como centros comerciales, patios de comidas, centro de exposiciones y eventos, juegos infantiles o espacios dedicados a la naturaleza.

Esa variedad es la que le encanta a Érika Lindao, Susy Reyes y Scarlett Zambrano. Para estas adolescentes, de 14 años, evocar la estampa que el malecón Simón Bolívar tenía cuando eran pequeñas no tiene gran diferencia. “Al malecón de antes lo conozco solo en fotos”, expresa Susy. Ella vive en el cerro Santa Ana y por ello se siente privilegiada de estar cerca del malecón, aunque viva en el lado que aún la regeneración urbana no ha llegado.

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Su amiga ‘Érika señala que Guayaquil le encanta, pese a la delincuencia que hoy se vive. “La gente es amiguera y tiene mucho que ofrecer al turista”.

En cambio, Gínger Torres, de 18 años, sí vivió el cambio que tuvo el Centro Cívico y el malecón del Salado que conoció de niña. “No tenía adoquines, la laguna no era moderna como ahora donde se puede pasear en bote, no había muchos árboles ni tampoco mucho color”.

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Hoy disfruta de la renovada zona turística del parque Forestal y el Centro Cívico Eloy Alfaro. “El río Guayas es lo más grande”. Lo dice sonriendo, aunque cambia de expresión cuando se refiere a que aún hay zonas donde faltan obras de pavimentación y servicios básicos. “No podemos apartarnos de que la ciudad ha cambiado... Guayaquil para mí es un arte donde se han plasmado colores y diseños arquitectónicos modernos”, dice esta estudiante del colegio OEA, en el sur.

Zulay Pavón, de 16 años, asegura haber subido más de una vez las 444 escalinatas Diego Noboa del cerro Santa Ana. Es uno de los sitios que más disfruta porque la ciudad –señala– tiene otra visión. “De pequeña no había tantos sitios de distracción como ahora”. En eso coincide Dayana Valverde, de 17, que aprovecha los centros comerciales para ir con sus amigos. También destaca el estero Salado, la plaza Rocafuerte y Las Peñas. “De pequeña iba a los parques, pero los juegos estaban dañados y había pocos lugares turísticos”.

A Jemima Villagómez, de 16 años, el parque Seminario o conocido como parque de Las Iguanas es parte de las vivencias de su infancia. “Ahí fue donde dejé mi tortuguita y me encantaba ir de pequeña”. La adolescente aún recuerda cuando el malecón Simón Bolívar empezó a ser regenerado. “Me gusta porque es una ciudad moderna, pero desearía que hubiera más espacios donde predomine la naturaleza y no se pierda el manglar”.

A Andrea Morán, de 17 años, le agrada el parque de las Iguanas y el malecón Simón Bolívar por su verdor. Hoy disfruta aún ir a estos lugares y respirar el aire y recordar cuando de pequeña “corría y arrancaba las florcitas”. Para Joselyn Borbor, de 16 años, la historia no debe olvidarse con la modernidad. “La ciudad crece, pero no debemos perder nuestra cultura”.

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