El presidente de la República presentó una querella en mi contra por unas líneas del artículo ‘No a las mentiras’ que publiqué el 6 de febrero. Las reproduzco textualmente:

“El dictador debería recordar... que con el indulto, en el futuro, un nuevo presidente, quizás enemigo suyo, podría llevarlo ante una corte penal por haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente”.

Les hago notar que yo no le hacía en ese momento ninguna acusación al primer mandatario sino una advertencia: Cuidado con el indulto, porque mañana alguno de sus enemigos podría acusarlo. En su lugar yo le sugería que tramite la amnistía, porque si no, repito, mañana, algún nuevo presidente, podría acusarlo.

La amnistía, expliqué, también lo exoneraría a él. Mi interés, por supuesto, era liberar a los policías injustamente acusados, y se me ocurrió que si lo presentaba de una manera conveniente, quizás lo convencería.

Pero el presidente no lo tomó así y me citó ante los jueces “para que pruebe” mis supuestas acusaciones. “Que pruebe”, “que pruebe”, “que pruebe”. Lo repitieron una y otra vez.

Pero cuando finalmente me convocaron a la audiencia de juzgamiento para el 19 de julio, que caerá martes, precisamente el día que el dictador tiene destinado a atender los asuntos en Guayaquil (qué feliz coincidencia con la que no se altera la agenda del primer mandatario), resulta que en la misma no podré presentar ninguna prueba importante. Debo probar sin pruebas. Qué contrasentido.

¿Se acuerdan del circo romano, cuando lanzaban a los rebeldes completamente indefensos a las fieras hambrientas? El 19 de julio, una barra enfurecida y agitada por el joven sandinista Ricardo Patiño, megáfono en mano, intentará amedrentarnos como hicieron durante el juicio del coronel Rolando Tapia; insultos, agravios, gritos ensordecedores. Y en cambio los acusados, sin posibilidad de decir casi nada.

Los expertos en Derecho lo llaman “completa indefensión”.

En cambio, la otra parte ha sido autorizada para presentar pruebas que nada tienen que ver con el proceso: cuántas casas y autos tengo, mis compras de ropa o remedios, y hasta el paseo a Disneylandia que hice con la familia y que diferí con mi tarjeta de crédito internacional.

El presidente no nos muestra ni una foto del departamentito de veraneo del que ahora es dueño en la vieja Europa, pero en cambio sus abogados sí podrán exhibir hasta el color de mis calzoncillos.

Se los adelanto, no van a encontrar nada; pero no importa, porque de eso no se trata, sino de sentar un precedente para que aceptemos que el Estado tiene derecho a meterse en la vida privada de las personas.

Lo más llamativo es el tiempo récord en que se adoptó esa decisión. La jueza se presentó al juzgado a las 09:18 de ese día, y a las 11:29 ya estaba listo el escrito convocando a la audiencia. ¿Cómo podría alguien leer más de 4.000 páginas que tiene el proceso hasta ahora en solo dos horas? Si calculamos un minuto por página (un récord que no se alcanza ni con un curso de lectura veloz), son alrededor de 4.000 minutos, es decir tres días completos leyendo sin dormir, ni bañarse, ni usar el inodoro.

Así se le mete la mano a la Justicia en nuestro país.

Nota: Los lectores que deseen recibir información más amplia de mi juicio, por favor, pueden solicitarla a mi correo electrónico.