Las cifras oficiales están casi listas. ¿Y qué revelan? Bueno, quizás lo más importante sea que entre la primera consulta de Rafael Correa (la del 2007) y la del sábado anterior, el presidente perdió 1,3 millones de seguidores, a pesar de que en ese mismo lapso, 2 millones de jóvenes que no habían votado antes se convirtieron en electores.

La campaña publicitaria, las giras interminables del presidente, los bonos y las tarimas, solo convencieron a 3,6 empadronados de cada 10 para que el 7 de mayo vayan a votar por el SÍ. ¿Cuántos más habrían decidido de otro modo si la pelea hubiese sido pareja?

Los que no siguen a Correa, en cambio, crecieron de 1,4 millones de ciudadanos a 4,6 millones (votos NO, nulos y blancos), sin contar con el ausentismo y los votos que se perdieron con el fraude.

Hay otro dato a tomar en cuenta. Los seguidores del Gobierno casi no aparecieron durante la campaña electoral, y en situaciones críticas como el 30 de septiembre no han sido más de 2.000 o 3.000 en pocas ciudades.

En cambio, entre los que no creen en Correa (de izquierda, derecha, centro o independientes), comienza a aparecer una vanguardia de ciudadanos que hicieron campaña electoral, entregaron parte de su tiempo, y algunos incluso ofrecieron su casa para reuniones. Esos ecuatorianos siguen dispuestos a movilizarse, pero esperan orientación.

¿Cuáles podrían ser las próximas batallas políticas decisivas entre Gobierno y oposición? Una muy importante será la elección de las nuevas autoridades de la Asamblea Nacional. Será una prueba difícil, porque el hombre y la mujer del maletín no han muerto, gozan de muy buena salud, y son hábiles para dividir. Se necesitará un buen pegamento para unir a la oposición.

En mi opinión, ese cemento de contacto no puede ser otro que los 4,6 millones de ciudadanos que no apoyaron en las urnas las reformas totalitarias. Ellos son los mandantes (como se dice ahora) de la oposición, que se debe a ellos y no les puede fallar ni dar la espalda.

El mandato de esos ciudadanos es inteligible, es decir absolutamente comprensible: “Ningún apoyo a la reforma totalitaria”.

La oposición debe obedecer ese mandato y dar la pelea en la Asamblea Nacional para que no se descarte ningún voto inteligible, es decir ningún voto válido (según la definición del Código de la Democracia), y como máximo órgano de la democracia, evitar así que los malos perdedores consigan en el tapete lo que no lograron en las urnas.

Hasta ahora, el único partido que se ha pronunciado en ese sentido es Sociedad Patriótica, que claramente ha dicho que el SÍ perdió en las urnas porque no reunió los votos inteligibles necesarios.

¿Y el resto?

Quizás todavía estén analizando el asunto; y en ese caso la demora se deberá solo al afán de actuar con seriedad.

Pero cuidado alguien quiera desobedecer a esos 4,6 millones de mandantes, y en lugar de buscar la unidad contra el mayor fraude político de los últimos treinta años, busque el acuerdo oportunista para acomodarse.

Llegar a la presidencia de la Asamblea siempre será un objetivo político codiciado para cualquier asambleísta, y no hay nada de malo en eso. Pero los acuerdos momentáneos nunca deben ir en contravía de lo que aspiran los ciudadanos de a pie.

En las urnas, 4,6 millones le negaron el SÍ a las reformas; vamos a ver si en el Palacio Legislativo esa resonante victoria encuentra eco.