El ministro de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca número cuatro del gobierno del presidente Correa, el señor Staynley Vera, tomó posesión de su cargo hace muy pocos días. No es ninguna novedad en una cartera donde la inestabilidad ha sido su característica; de hecho es el ministro titular número 14 desde el 2000. Duran apenas 11 meses; son como se calificó a uno de menor permanencia, ministros de ciclo corto. Son reemplazados siempre por algún conflicto de poca monta o por la queja de algún grupo de agricultores. En el corto tiempo que permanecen poco pueden hacer, más allá de diseñar alguna idea o lanzar un eslogan, que difícilmente se concretan. Los funcionarios del Magap, acostumbrados a la inestabilidad, reaccionan con escepticismo a las ideas del nuevo titular; saben que pronto será reemplazado.

Y mientras tanto, la agricultura y sus actividades, donde se emplea una de cada cuatro personas, languidece en ausencia de políticas estables con objetivos de mediano y largo plazo. Desde el año 2000 creció en un 3%, apenas sobre el crecimiento poblacional y un punto por debajo de la economía en su conjunto; entre el 2007 y el 2010 su desempeño fue aún menor: creció en un 2%, frente a un 3% de la economía ecuatoriana. Si uno, analiza el comportamiento de los rendimientos de los principales cultivos de nuestra generosa tierra, estos apenas se han incrementado: los 14 principales cultivos aumentaron en promedio su rendimiento en un 4% entre el 2003 y el 2009, de acuerdo a los datos que nos entrega el INEC. Rendimientos bajos, si los comparamos con los que obtienen los agricultores peruanos y colombianos.

Magros resultados durante un periodo en que, como nunca, hubo precios altos para los agricultores; desde el 2007 son el doble en promedio, que en la primera parte de la década, como resultado de un incremento en la demanda por alimentos y una incapacidad de que ampliar la oferta en la misma proporción. Esto ocurre a nivel mundial, pero también en nuestro país, aun cuando nuestra situación es penosa, porque las posibilidades de agrandar nuestra producción agropecuaria son enormes. El incentivo de mejores precios no parece haber llevado a los agricultores a cultivar más o mejor. El resultado es pobreza: la agricultura como fuente de ingresos apenas ha subido entre los pobres en el campo; como lo han hecho salarios o remesas.

Las razones pueden encontrarse en las mismas prácticas de los agricultores y ganaderos, productores de pequeña y mediana escala en su inmensa mayoría: poca utilización de semillas certificadas y de calidad, reducida incorporación de fertilizantes y fitosanitarios, acceso limitado a riego, dificultades en cuanto a crédito oportuno, problemas recurrentes de plagas y enfermedades, sistemas de intermediación largos, que entre otros, limitan el que los productores consigan los precios de referencia, cambios en las reglas de funcionamiento de los mercados, en fin, temas tradicionales, de una agricultura descuidada hace muchos años. Asuntos que se refieren en su mayor parte a bienes públicos que son responsabilidad del Estado, el que ni siquiera parece estar en condiciones de asegurar que sus principales agencias (BNF, Iniap, Agrocalidad) coordinen entre sí.

El liderazgo político del país se mueve en relación a la agricultura con razones de corto plazo. Nadie parece preocuparse de los temas de fondo de la agricultura y su desempeño. ¿Durará el ministro Vera más que el promedio?