Incluso bajo estándares de Brooklyn, fue un espectáculo curioso: había una docena de artefactos mecánicos sobre un mantel blanco, que producían ocasionales repiqueteos y tilines. Los compradores se asomaban al exhibidor, emocionados pero vacilantes, como si se hubiesen tropezado con un tesoro de inventos extraños de una fantasía de Julio Verne.

“Me encantan todas”, dijo Louis Smith, de 28 años, un baterista larguirucho de Williamsburg. Cinco minutos después, había comprado una Smith Corona Galaxie II, 1968, azul oscuro, en 150 dólares. “Se trata de la permanencia, de no poder pulsar borrar”, explicó. “Tienes que tener alguna convicción en tus ideas. Y esa es toda mi filosofía sobre máquinas de escribir”.

Lo supiera o no, Smith se había unido a un movimiento en aumento. Las máquinas de escribir mecánicas no están pasando suavemente a la despedida de la era digital. Las máquinas han atraído a nuevos conversos, muchos demasiado jóvenes para sentir nostalgia por las cintas en carretes, los dedos manchados de tinta y el corrector líquido.

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Fetichizan las viejas Underwood, Smith Corona y Remington; reconocen que son máquinas bien diseñadas, funcionales y hermosas; las intercambian y las presumen a las amistades. En una serie de actividades denominadas tecleadas (type-ins), se han reunido en bares y librerías para alardear una especie de estilo y majestuosidad posdigital, donde teclean cartas para enviar por correo ordinario y competir para ver quién es el más veloz.

Y los mecanógrafos se están reconectando en todas partes. Una tarde decembrina, cerca de una docena de personas cargó la máquina de escribir al bar Brdigewater’s Pub en Filadelfia para la primera de una serie de type-ins. (“Como una sesión de improvisación musical para personas que gustan de las máquinas de escribir”, expresó Michael McGettigan, de 56 años, dueño de una tienda de bicicletas a quien se le ocurrió la idea. “Había sindicatos que hacían plantones y los jipis se reunían, así que pensé, haremos una tecleada”).

En los últimos tres meses, las tecleadas han repiqueteado en las ciudades de costa a costa, e incluso, en ultramar. El 12 de febrero, más de 60 personas se presentaron en una librería de Snohomish, Washington, en el transcurso de tres horas para una tecleada llamada Snohomish Unplugged. Ha habido en Seattle, Phoenix y Base, Suiza, donde la llamaron schreibmaschinenfest.

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Las viejas máquinas de escribir se construyeron como acorazados. Sobrevivieron a incontables vejaciones y reparaciones bien recibidas, a diferencia de las computadoras portátiles y los teléfonos inteligentes, que se vuelven obsoletos casi al momento de llegar al mercado.

Otra virtud es la simplicidad. Las máquinas de escribir son buenas para una sola cosa: poner palabras en un papel. “Si tengo una computadora, no hay forma de que pueda concentrarme solo en escribir”, dijo Jon Roth, de 23 años, un periodista, que escribe un libro sobre máquinas de escribir. “Reviso el correo electrónico, el Twitter”. Cuando usa una máquina de escribir, Roth dijo: “Me puedo sentar y sé que estoy escribiendo. Suena que estoy escribiendo”.

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Matt Cidoni, de 16 años, de East Brunswick, Nueva Jersey, tiene una fotografía de su máquina favorita, una Royal Núm. 10, en su iTouch para presumirla a sus amigos. En la web, es un orgulloso miembro de typosphere, una comunidad mundial de fanáticos de las máquinas de escribir. Como muchos de ellos, disfruta typecasting, o pasar a máquina mensajes, los cuales escanea y publica en el sitio Adventures in Typewriterdom.

“No me interprete mal”, dijo Cidoni. “Tengo un iTouch. Tengo teléfono celular, obviamente. Tengo computadora”. También es dueño de unas diez máquinas de escribir, que usa para hacer tareas y escribir cartas, ¡fíjense!, a una velocidad de 90 palabras por minuto. “Me encanta la reacción táctil, el sonido, la sensación de las teclas bajo los dedos”, señaló Cidoni.

Tom Furrier, el dueño de Cambridge Typewriter Co. en Massachusetts, le ha vendido varias máquinas de escribir a Cidoni, y dijo que estudiantes preparatorianos y universitarios se han vuelto un elemento básico de su negocio.

En enero, Furrier rentó una docena a Jen Bervin, de 39 años, una artista que impartió un curso de narrativa de una semana en Harvard. Cuando terminaron las clases un viernes, varios estudiantes le rogaron volver el fin de semana para usar una vez más las máquinas.

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“Todos estaban tan emocionados”, comentó. (Cuando nos acercamos para una entrevista, Bervin estaba sentada en el vagón comedor de un tren Amtrak, donde había estado repiqueteando con su propia máquina de escribir, una Gossen Tippa alemana de 1940, hasta que sonó su teléfono celular).

¿Qué dicen los incondicionales literarios de la era original de las máquinas de escribir mecánicas sobre todo esto? “A los viejos mecanógrafos nos hace sentir jóvenes otra vez pensar que hay una nueva generación que lo entiende”, explicó Gay Talese, de 79 años. Aún usa máquina de escribir, aunque eléctrica, al igual que su amigo Robert A. Caro, de 75 años, ganador del Pulitzer y biógrafo de Robert Moses y del presidente Lyndon B. Johnson.

“En realidad, no me sorprende”, manifestó Caro cuando se le habló del renacimiento de las máquinas de escribir. Los placeres tangibles son algo que conoce desde hace décadas. “Una razón por la que mecanografío es que me hace sentir más cerca de mis palabras”.