Esta es la presentación formal de un libro –El gran hermano– que ya ha sido leído, imagino, por la mayoría de los presentes, en ediciones de Paradiso Editores y en ediciones piratas.

Lo dicho convierte a esta reunión en un acontecimiento raro, inusual, porque el libro ya no es, en estricto sentido, una novedad, aunque esta segunda edición incluye algunos documentos inéditos.

Por esta consideración, si me permiten, intentaré hablar menos del libro, algo de clima, y pronunciaré unas recomendaciones.

Como sabemos, el primer gran reportaje que contiene el libro fue trabajado en 2009 con un grupo relevante de periodistas de diario Expreso, de Guayaquil, con la dirección de Juan Carlos Calderón. Esos periodistas son: Christian Zurita, María Elena Arellano y Mario Avilés. No hay que olvidar sus nombres, porque marcaron un hito en la historia del periodismo de investigación en el Ecuador, que no es muy larga. Ellos siguieron rigurosamente todas las pistas. Todos los datos fueron verificados. Se contrastaron incontables testimonios y documentos. A todos se los sometió a una prueba ácida, de naturaleza periodística, para confirmar si estaban hechos de una materia verdadera. La duda sistemática, obsesiva diría mejor, fue la suelda que unió toda la estructura investigativa. Luego, se la enfrentó al tsunami verbal del principal involucrado en la denuncia de los contratos firmados con el Gobierno: Fabricio Correa, hermano mayor del presidente de la República y, todo quedó en pie.

El periodismo de investigación es, tal vez, el más verdadero y el menos higiénico. Su propósito es la desinfección: consiste en remover la porquería que se va acumulando en la vida de las sociedades democráticas, para que pase la luz y el aire ventile eso que se llama imaginario colectivo. Los periodistas de investigación se parecen a los trabajadores anónimos que destapan las sentinas de los palacios donde defecan los sujetos políticos que ejercen el poder.

Disculpen ustedes la digresión. Y excúsenme por las imágenes excrementicias… pero ningún ser humano se libra de los borborigmos ni de prosaicos asuntos digestivos.

Luego de que se publicó el reportaje en Expreso, ya sabemos cómo el Gobierno de la llamada revolución ciudadana fue ajustando sus versiones al ritmo vertiginoso de los acontecimientos que se desataron con la publicación, desde junio de 2009. Y, no dejamos de reír, hasta la fecha, con las declaraciones públicas de Fabricio Correa y su lógica desalmada –como si fuera la abuela de la Cándida Eréndira– porque luego de las páginas de Expreso, Juan Carlos y Christian decidieron acertadamente publicar el informe en formato de libro, para no quedarse con aquello de que tu denuncia es como un periódico de ayer.

Fue, entonces, cuando El gran hermano se convirtió en uno de los libros más leídos por los ecuatorianos, en los últimos años, mientras desdibujaba la versión de un mundo limpio y feliz que intentaba, e intenta, ofrecer la Presidencia de la República. Y, se constituyó en un aviso temprano al país de que el ejercicio del poder político seguía sin separarse de los grandes negocios emprendidos por personajes “vinculados” de mil modos, incluso por lazos de sangre, como en los repudiados tiempos de la llamada larga noche neoliberal y de la llamada partidocracia. Fue, ha sido, un aviso del tamaño de una catedral.

Los autores y el libro han sido atacados por altos funcionarios, ministros, asambleístas. Alguna ministra amenazó con sacarlo de circulación. Muchas veces, el propio presidente de la República ha intentado desvirtuarlo, y por fin, en una decisión extraña, se ha querellado con los autores por presunto daño moral, porque él dice que no sabía nada…

He escuchado decir a Juan Carlos que mientras un elefante se metía en el Palacio de Gobierno, el único que no veía ni escuchaba nada era el jefe de Estado, lo cual no deja de llamar la atención, porque el mandatario se considera omnisciente y avispado, y tiene ojos y oídos en todas partes.

Otra digresión: en los últimos años, ningún libro ha tenido la fortuna de contar con un promotor tan efectivo como el presidente Rafael Correa. Si la circulación de El gran hermano cayó luego del lamentable 30 de septiembre de 2010, hoy la demanda se ha recuperado. Xavier Michelena, el editor, no solo tiene olfato, sino también suerte y un gran agente de ventas.

Más allá de lo circunstancial y de lo paradójico, la denuncia que contiene el libro sigue en pie, aun cuando, desde el 15 de enero de 2007, un clima de insultos y violencia verbal contra los medios de comunicación y contra los periodistas, con la evidente intención de humillarlos, se origina en el propio presidente de la República y se remeda con facilidad. Tengo la impresión de que los periodistas siempre fuimos mal vistos, o que, en muchos, un rencor íntimo se había larvado por nuestro trabajo. No digo que siempre y que todos hicimos un trabajo impecable, con manos limpias. Hubo, hay periodistas y periodistas. Pero, ahora, el periodista independiente es un ecuatoriano de segunda, mal visto, amenazado por el poder político, mientras la sociedad mira a otro lado y silba la canción “Patria, tierra sagrada…”. Silban los jóvenes de Ruptura. Silban esa musiquilla revolucionaria los izquierdistas de antes y los de ahora. Silban los intelectuales cooptados o ministeriados. Silban los sindicalistas y los estudiantes. Digamos que Ecuador es un silbadero donde no pasa nada… con excepción de la línea equinoccial.

También puedo imaginar –algunas evidencias me ayudan a hacerlo– que el miedo ha invadido la subjetividad de los ecuatorianos, un miedo natural a repetir los errores del pasado, un miedo oportunista a perder la comodidad pasajera de los subsidios, a dejar el optimismo en el futuro inmediato, un temor a que se desbarate el espejismo que se hace con el discurso oficial, con ese relato que ha devenido única interpretación del pasado, del presente y del futuro, el único relato que explica y justifica la realidad y desacredita a quien se le opone, en especial si es un “sicario de tinta”, una “gorda horrorosa”, o si ese trata de “la prensa corrupta”.

“Antes, no había nada. Hoy, confíen en mí: voten en la consulta y después yo les explico las preguntas. Oigan bien: después de mí, el diluvio”.

En este clima, el periodismo independiente debe ser corregido y controlado, debe recibir castigo, sobre todo si ese periodismo ofende al jefe de Estado. No dudo en decir que, en el imaginario de la mayoría de ecuatorianos se está rectificando el diccionario; ahora, ofender no necesariamente es humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, en especial si ese alguien es el presidente de la República; ahora, presiento, ofender es ponerlo en evidencia con palabras o con hechos… o con un libro. Me temo que, ahora, en el inconsciente colectivo, agraviar, vilipendiar u ofender es sinónimo de pensar diferente de cómo piensa el señor presidente. Y, al que ofende, hay que cortarle las alas o ponerle un esparadrapo en la boca.

Así se justifican las amenazas a la libertad de expresión. Incluso en espacios democráticos, como la Asamblea Nacional, donde anteayer, no más, una mayoría ha preferido dejar a su suerte a Juan Carlos y Christian, en esta acusación de Rafael Correa, porque hoy, como antes, los mandatarios, los funcionarios públicos –también los asambleístas–, no están cómodos con el escrutinio público, que solo es posible por mediación del periodismo y, en algunos casos, únicamente cuando actúan los que meten las manos, no en la justicia ni en la prensa, sino en las cloacas del poder, guiados por la ética profesional del periodista, con veracidad, que es lo mismo que conducirse sin la intención de causar daño o perjuicio a persona alguna, es decir, sin malicia o bellaquería.

Como está contemplada la responsabilidad ulterior –sin que medie la consulta popular que se aproxima– los periodistas no estamos libres de enfrentar querellas y acusaciones. El peligro es que, luego, nos juzgue un tribunal especial.

Primera recomendación: El Código Penal deberá ser enmendado, contemplando, Primero: Que las disposiciones sobre la difamación y desacato (o “crímenes de opinión”) –que penalizan la expresión ofensiva dirigida a funcionarios públicos– deberían enmendarse y tratarse por la vía civil, puesto que permiten serias restricciones al debate público y al ejercicio pleno de la libertad de expresión.

Y, ya lo sabemos, los jueces, con razón o sin ella, pueden dar paso a sanciones penales o civiles, como consecuencia de los alegatos contra los periodistas.

Segunda recomendación: De ser aplicada la responsabilidad jurídica de un periodista, se deben tomar en consideración las medidas menos costosas para la libertad de expresión. Se recomienda, por ejemplo, apelar al derecho de rectificación o respuesta; apelar a los mecanismos de la responsabilidad civil y aplicar sanciones proporcionales, diseñadas para establecer la reputación dañada y no indemnizar al demandante o castigar al demandado; distinguir entre información y opinión, excluyendo a esta última de sanción, más aún cuando se trata de un juicio de valor sobre un acto de un funcionario en el desempeño de su cargo.

En los últimos tiempos, parecería que se intenta utilizar la Constitución como un instrumento del poder contra los individuos y colectivos, cuando en la democracia sirve precisamente para defenderlos de los posibles abusos del poder político. En 1998, cuando se reunía la Asamblea Constituyente en un cuartel de Sangolquí, publicamos un informe que titulamos El huevo de la serpiente. Usamos el mismo título que el gran director de cine sueco, Ingmar Bergman había dado a una película, cuyo argumento narraba los avatares existenciales de un matrimonio, en los años 20, en Alemania. Lo que interesa de esa película es el clima en que se debaten los personajes, cuando empiezan a cuajarse las primeras manifestaciones de lo que, años más tarde, sería el nazi fascismo en Europa. Publicamos El huevo de la serpiente porque en 1998 se había insertado un artículo en la Constitución de ese año, que imponía adjetivos a la información que debían recibir los ecuatorianos. Diez años más tarde, en Montecristi, con entusiasmo juvenil y espíritu novelero, los asambleístas revolucionarios volvieron a poner ese huevo en la Constitución de 2008.

Tercera recomendación: “El artículo 18, numeral 1, de la Constitución, que limita el ejercicio de la libertad de expresión a la transmisión de información veraz, verificada, oportuna, contextualizada, plural sobre hechos, acontecimientos y procesos de interés general y con responsabilidad ulterior debería ser enmendado en su momento oportuno, con el objetivo de que estas limitaciones al ejercicio de la libertad de expresión puedan ser eliminadas. Hasta entonces, en la práctica, las nuevas leyes deberían asegurar que no reproducen esta limitación constitucional”.

Las recomendaciones que he mencionado no son mías. Son de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

Son recomendaciones que constan en el documento ‘Análisis de Desarrollo Mediático en Ecuador-2011’, que el director de esa oficina de las Naciones Unidas en Quito, señor Edouard Matoko, entregó hace pocos días al presidente de la Asamblea, arquitecto Fernando Cordero. ¿Lo leerán los asambleístas? ¿Aplicarán estas recomendaciones, y otras más, en la inminente Ley de Comunicación?

Con esto finalizo: una vez más, gracias y felicitaciones a Juan Carlos Calderón y Christian Zurita por ser periodistas investigadores aprensivos, incrédulos, infatigables, escrupulosos, por tener las manos limpias y presentar el pecho, ahora que es un imperativo moral el luchar por los derechos civilesde los ecuatorianos.

*Escritor y periodista.
Extracto del discurso pronunciado en la presentación del libro El gran hermano.
Quito, 24 de marzo del 2011.