El momento en que el terremoto sacudió a Japón, Takanobu Tokunaga estaba dormido. Una llamada de un amigo lo alertó y comenzó una búsqueda infructuosa para contactarse con sus familiares, por las dificultad en las comunicaciones.

Su esposa Haruka, de 35 años, que regresó a Japón, a la ciudad de Nagano, donde vive la familia de ella, mientras su padre Shiromi, de 70 años, su madre Yasuko, de 65 años y su hermano Kouichiro, de 37 estaban en Tokio. “Saber que ellos estaban bien tomó mucho tiempo”, dice. En la capital japonesa los efectos del terremoto se sintieron con fuerza en la vivienda, y se destruyeron algunos enseres por el brusco movimiento.

Cuenta que después del desastre los racionamientos de energía eléctrica y falta de agua son los principales problemas. “La gente compró demasiado en los supermercados, para guardar, y los dejaron desbastecidos de alimentos, lo que afecta a personas como mis padres que no compraron en grandes cantidades”, afirma.

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A ello se suma el escape de radiación de la central nuclear de Fukushima. La radiación detectada en productos y alimentos dice que “no asusta mucho” a sus padres, quienes confían en que los niveles encontrados no afecten la salud como ha indicado el gobierno japonés.

Especializado en entrenamiento de fútbol de ligas menores, y sin trabajo después de los problemas económicos en el Club Barcelona, donde trabajó hasta el martes pasado, comenta que el terremoto también afectó a su amigo Shinya Matsui, con quien laboró en España y en enero pasado él fue contratado como fisioterapista del Club de Fútbol de Sendai, edificación que desapareció tras el embate del tsunami.

Tras cuatro días, recuerda, su amigo le escribió y le dijo que ante la situación se fue a Hiroshima, a casa de sus padres.