Por trabajo, voluntariado o porque les gustó Ecuador para vivir, una colonia de ciudadanos japoneses está asentada en el país desde hace unos cincuenta años.

No son muchos y tras el mortal terremoto y tsunami del pasado 11 de marzo se han hecho más visibles. En el país no pasan de 400, según los registros de la Embajada de Japón, refiere el presidente de la Comunidad Japonesa en Ecuador, Toyokazu Tanaka. La mayor parte están en Quito, y otros en Guayaquil y Manta, agrega.

Alrededor de unas diez personas han regresado a las ciudades donde azotó el tsunami en busca de sus familiares, dice Kunihiro Sakurai, quien trabaja para la Agencia de Cooperación Internacional del Japón.

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Entre los integrantes de la colonia japonesa hay preocupación por las secuelas del terremoto y tsunami, la situación de la central nuclear y las réplicas que suman más de 700.

Este Diario recoge algunas de sus historias.

Sin noticias de amigos pescadores en zona de Miyagi
Desde el otro lado del mundo, en su local de comida oriental en Urdesa, Kazuo Furukawa no descuida la atención de lo que ocurre en su natal Japón.

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Sobre el mueble donde se despachan las variedades de sushi a los clientes, el hombre afable de ojos rasgados y mirada profunda expone más de cincuenta fotografías de la catástrofe que dejó el terremoto el pasado 11 de marzo.

Son gráficas de las olas gigantes cuando ingresan a la ciudad, de vehículos arrastrados como cajas de cartón, edificios destruidos, zonas cubiertas de escombros, de personas que lloran, que buscan a sus familiares y otras de la destrucción de la central nuclear de Fukushima y los efectos de la radiactividad.

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Las fotografías se ven borrosas porque las toma de las pantallas de TV. “No hay que olvidar”, reitera y dice que esa colección la exhibirá en unas de las paredes de su restaurante.

En ellas busca noticias, información de sus coterráneos en la zona afectada, en particular en la provincia de Miyagi, donde, dice, tenía amigos y conocidos y de quienes aún no ha logrado obtener información.

Furukawa, quien trabajó como cocinero en un barco pesquero y se quedó a vivir en Ecuador hace 15 años, recuerda a sus amigos que eran pescadores y trabajaban en esa ciudad, donde esta actividad es uno de los principales medios de sustento de los habitantes.

Está casado con la ecuatoriana Joanna Vera, con quien procreó a Sayuri, una niña de 10 años. Él dice que aunque su familia no ha sido afectada porque vive en la provincia de Kagoshima, en el sur de Japón, se siente preocupado porque esta es una zona sísmica. Está seguro de que los habitantes de esa localidad están conscientes del riesgo, porque conviven con el volcán Sakurajima, uno de los más activos del archipiélago japonés y del mundo.

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