Existe un consenso de que para que haya una convivencia pacífica entre naciones es necesario que cada una respete la soberanía política y territorial de las demás, absteniéndose de intervenir en los asuntos internos de otra nación. Esta es la doctrina de la no intervención que aunque es muy valiosa, muchas veces ha servido de excusa para que varios líderes toleren silenciosamente o incluso apoyen abusos de derechos humanos en otras partes del mundo.

Estados Unidos intervino frecuentemente en Latinoamérica durante el siglo XX bajo el pretexto explícito de “promover la democracia en el hemisferio Occidental”. Su verdadero motivo era contrarrestar la influencia de otros poderes como la Unión Soviética. Por eso Estados Unidos respaldó durante 45 años la dictadura de Somoza en Nicaragua y entrenó a las Fuerzas Armadas de El Salvador que cometieron violaciones de derechos humanos durante los ochenta, entre otras desventuras.

Las protestas en Oriente Medio han resaltado el hecho de que durante décadas Estados Unidos prefirió respaldar la estabilidad antes que a la democracia en esa región.

Pero Estados Unidos no es el único que se inmiscuye en los asuntos internos de otros países. En 2009, prácticamente todos los gobiernos de Latinoamérica pretendieron, junto con Estados Unidos, colocarse por encima de la Corte Suprema y el Congreso de Honduras luego de que estas instituciones habían destituido constitucionalmente a Zelaya por haber violado la Constitución de su país.

También considere la intervención de Hugo Chávez en otras naciones. Entre 2005-2010 el diario Tal Cual reportó que Chávez había dado más de 18.000 millones de dólares a gobiernos extranjeros en cosas como cuantiosos subsidios petroleros para Cuba o cheques para que Evo Morales en Bolivia mantenga “contentos” a varios municipios.

Opinar acerca de los asuntos internos de otro país no es una intervención. Muchos líderes parecen pensar que lo es cuando Estados Unidos lo hace, pero no cuando ellos lo hacen. En septiembre del 2009 Chávez honró a Muamar Gadafi diciendo: “Lo que es Bolívar para nosotros es Gadafi para el pueblo libio”.

Otros prefieren aparentar una neutralidad, pero claramente revelan sus preferencias incluso usando el principio de la no intervención. En 2008 Correa nos contó la heroica historia de un joven Gadafi que dio un golpe de Estado. Después nos dijo que tenemos que entender que eso de la alternabilidad en el poder “Está muy bien para nosotros, pero hay otras culturas”. Esto ya no debería sorprender puesto que anteriormente había declarado que no consideraba a Fidel Castro un dictador y que en ese país hay “una forma de democracia” y sobre esta prefería no pronunciarse para no inmiscuirse en “los problemas internos de Cuba”.

¿A qué viene toda esta serie de inconsistencias? De que es cierto que distintos gobiernos de Estados Unidos han intervenido de manera indebida pero esa crítica no nos puede distraer de lo que está pasando en nuestra región: tenemos gobiernos que, abusando de la palabra democracia, intervienen en los asuntos internos de otras naciones para promover proyectos de concentración de poder. Al mismo tiempo, en nombre de la soberanía, estos gobiernos guardan silencio o incluso apoyan a otros gobiernos que cometen atropellos contra los derechos humanos.