Desde que colgó los guantes, vive rodeado por miles de libros. Pero el primer asalto del guayaquileño Ferny Páez Micolta empezó en la escuela, calzando guantes con el hermano del boxeador Héctor Cortez, al que siempre le ganaba.

Recién a sus 18 años entrenó en el gimnasio de la Asociación Provincial de Boxeo. “Cuando uno recién llegaba lo metían al ring para saber si tenía madera o no”, recuerda como anécdota que le tocó pelear con su tío al que dijo: “Dame que te voy a dar”. Y le dio durísimo como a otros. Tanto que desde 1980 fue tres veces campeón nacional y vicecampeón en el Campeonato Sudamericano de Box de 1983, siempre en su peso de mediano completo.

“Nunca tuve una pegada contundente, siempre fui más técnico”, por algo fue admirador de la técnica y el bailoteo de Sugar Ray Leonard y de la inteligencia de Alí. No olvida las enseñanzas de sus entrenadores Velecela, Alberto Arbeláez y Raúl Gamboa, ni al dirigente Roberto Lebeb, con el cual Guayas ganó 13 campeonatos consecutivos de box. Después vino la crisis actual.

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Se retiró luego del Campeonato Sudamericano de Argentina de 1989. Estaba sin trabajo y le ofrecieron ser entrenador de la selección de Zamora Chinchipe, aceptó. Después de dos años volvió como profesional y peleó unas 15 veces. Pero cuando los empresarios dejaron de organizar combates, colgó los guantes. Fue así que cambió el ring por las calles del Guayaquil profundo y se convirtió en librero popular. Mirando atrás, no se arrepiente de haber sido boxeador, tuvo peleas buenas y las disfruto, pero “ahora gozo al estar rodeado con todos mis libros”. Además, trabaja para mantener a sus cuatros hijos.

Eso sí, no puede olvidar su combate cuando peleando como profesional en el cuarto asalto, Sergio Quiñónez sacó la mano, y le quebró la mandíbula. “Sentí el golpe y la incomodidad de abrir y cerrar la boca, pero no me dolía porque uno está encendido”, recuerda arrimado a una tarima repleta de libros. No cayó a la lona y ganó la pelea por puntos. Al día siguiente lo operaron. Esa fue una de sus peores experiencias en el cuadrilátero, “pero cuando uno es joven, no le importa nada”, lo dice ahora a sus 48 años, cuando su cabellera ya luce canosa.

La librería del Negro Páez –así es conocido– está en Pedro Moncayo 1522 entre Colón y Sucre, no tiene nombre. No encuentra el adecuado aún. En esos 4 metros de ancho por 11 de fondo hay miles y miles de libros y revistas. Todos los siete días llegan ejemplares que compra a los carretilleros ambulantes. Afuera en rumas y en cartones están los recién adquiridos que restaura y luego clasifica. Adentro los libros están sobre mesones y estanterías que van hacia el fondo. Aparentemente no hay un orden, más parece la laberíntica biblioteca de Babel, aunque Páez asegura que sabe cómo ubicar los libros que le solicitan sus clientes. Lo cierto es que por su carácter de libros usados los precios son tres veces más económicos que en otras librerías.

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Pero no siempre fue así. Hace 18 años, Ferny Páez comenzó con un tendido sobre el portal de Colón y 6 de Marzo. “Buscando cómo mantener a mi familia me encontré con este negocio”. Primero tuvo que vender los libros de su biblioteca personal, y ahora los adquiere en la cercana cachinería donde al mediodía llegan los carretilleros ambulantes.

Hace seis años alquiló el actual local. Reconoce que al inicio no era amante de la lectura. “Poco a poco fui interesándome, descubriendo cosas y me di cuenta de que había estado con los ojos vendados”.

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Ahora sus antiguos guantes de boxeo cuelgan de uno de los tantos estantes de la librería como un combativo recuerdo de Ferny Páez, el boxeador felizmente noqueado por los libros.