Hollywood y su maquinaria para fabricar sueños se han encargado de forjar leyendas que en muchos de los casos hemos podido ver como han llegado al ocaso. Terminan sus carreras en medio de la decadencia física. En cambio, han existido también actores que permanecieron imbatibles al paso del tiempo, manteniendo una eterna imagen juvenil.

Este es el caso de James Byron Dean, quien cumpliría hoy 80 años, y estaría convertido en un venerable anciano si las garras de la muerte no lo hubieran arrancado de la vida terrenal a los 24 años, en un accidente de tránsito ocurrido el 30 de septiembre de 1955.

La frase “Sueña como si fueras a vivir para siempre. Vive como si fueras a morir hoy, y deja un hermoso cadáver” atribuida al actor, le calza a su trayectoria como anillo al dedo. A pesar de contar con una corta filmografía, apenas tres películas como actor acreditado, su agitada carrera le valió la permanencia en el firmamento cinematográfico.

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Huérfano de madre a los 9 años, vivió una relación conflictiva con su padre. Muchas de estas vivencias las incluiría en la construcción de sus personajes, por eso su naturalidad cuando los encarnaba. Salido del Actor’s Studio, famosa escuela de formación de actores dirigida por Lee Strasberg, Dean participó sin figurar en los créditos en la cinta de Sam Fuller, Fixed Bayonets (1955), y en pequeños papeles en la TV. Logró llevarse el papel protagónico en Al este del Edén (1955), de Elia Kazan, que lo convertiría en estrella, representando a un joven inestable que se encuentra inmerso en un mundo de mentiras familiares y que vive en pugna con su padre y hermano.

Luego vendrían sus papeles en Rebelde sin causa (1955), de Nicholas Ray, y Gigante (1956), de George Stevens. Solo en la primera podrá gozar de las mieles del triunfo. Las dos siguientes se estrenarían póstumamente. Por Al este del Edén y Gigante obtendría dos nominaciones como Mejor Actor al Oscar.

El mito Dean lo comenzó a forjar el propio actor, al labrarse fama de difícil y problemático, confirmado por algunos de los directores que trabajaron con él. Kazan diría: “Era como dirigir a Lassie”, aunque terminará reconociendo su calidad actoral. George Stevens mencionaría lo tenso de las grabaciones en el set de Gigante.

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“Fue infernal trabajar con él”, dijo. Solo Nicholas Ray tendría buenas relaciones con Dean, pues los unía una íntima amistad, estrechada durante la preparación del rodaje de Rebelde sin causa.

Pero lo que también forma parte de su leyenda es su talento interpretativo, su fuerza escénica y, sobre todo, su imagen asociada al personaje de Jim Stark, de Rebelde sin causa, imagen que sería plasmada en póster, postales y que se convirtió en una especie de ícono de la juventud en todas partes del mundo.

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El joven Stark es un chico desarraigado, que desafía brutalmente al mundo familiar representado en una madre dominante y un padre pusilánime, al que no vacila en vapulear cada vez que hay la oportunidad. Con esta interpretación, Dean reflejaría los conflictos reales de la familia norteamericana y por qué no decirlo, de toda la familia como institución social, con su carga de incomunicación y violencia, en donde los jóvenes se hallan en constante desafío del mundo adulto.

Igual línea tendría su personaje en Gigante, donde interpretaría a un rico petrolero, pero frustrado sentimentalmente que termina enfrentado con su exjefe (Rock Hudson) por el amor de una mujer (Elizabeth Taylor).

Esos personajes marcados por la frustración, el desamparo, la falta de rumbo, atormentados, son la materia prima de la que se alimenta la leyenda. Si Hollywood y la sociedad norteamericana habían ofrecido una imagen ideal de la familia y la juventud, Dean con sus películas y personajes que lanzaban esa sonrisa sardónica, de modales bruscos y de chaquetas de cuero, jeans sucios y cigarrillo en la comisura de los labios, echó abajo de manera brutal ese cuento de hadas.

La década de los cincuenta es el inicio de la pérdida de la inocencia de EE.UU. La sociedad conservadora se comienza a desmoronar con la irrupción del rock y sus sensuales movimientos al bailar, y jóvenes salvajes montados en potentes motocicletas recorren las carreteras en busca de la ansiada libertad. Es una forma de romper el cordón umbilical con los valores de la tradicional familia norteamericana y James Dean fue en cierta forma el estandarte de este cambio generacional. La frase de Marlon Brando pronunciada en una entrevista durante los ochenta, no puede ser más emblemática de lo que el actor representó en su momento: “Solo hay un par de buenos actores por generación. La mía estuvo cubierta por mí y por Dean”.

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