EFE
ALAUSÍ.- Puntiagudas rocas que casi rozan la ventana del tren por un lado y profundos abismos al otro dibujan la ruta de la "Nariz del Diablo", que hoy reanudó sus operaciones turísticas en Ecuador, acompañada de paisajes donde el sol y las nubes disputan un protagonismo dignos de cuentos fantásticos. 

Con una inversión de siete millones de dólares y en seis meses de trabajo, Ecuador rehabilitó 13,5 kilómetros de la vía férrea que recorre el corazón de los Andes por la ruta Alausí-Sibambe, donde el diablo dejó olvidada su nariz.

A unos 270 kilómetros de Quito, desde Alausí, una ciudad arropada en una espesa neblina, una locomotora a diesel y electricidad, y tres coches con turistas y periodistas estrenaron el reinicio de las operaciones en la ruta, suspendido en marzo del 2010, aunque la inauguración oficial será el próximo 16 de febrero.

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A 20 kilómetros por hora o la mitad en ciertos tramos, el tren cruza la montaña herida hace un siglo por toneladas de dinamita usadas para abrir el camino del ferrocarril que unió la costa con la sierra.

Su serpenteante camino, sólidas rocas y sus empinadas montañas obligan al tren a realizar dos veces zigzag en la zona del monte Pistishi, conocido también como Cóndor Puñuna o donde duerme el cóndor, aunque esas majestuosas aves ya no surcan esos aires tras la intervención del hombre.

Para quienes creen en el diablo y aceptan su alegórica representación, basta alejarse un poco de la estación de Sibambe y sumar un poco de imaginación para apreciar en el monte de Pistishi la forma de una inmensa nariz, el gran atractivo del tramo.

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El ferrocarril de Ecuador comenzó en el Gobierno del conservador Gabriel García Moreno en 1861 y lo terminó el liberal Eloy Alfaro en 1908, en una campaña considerada audaz para la época y que resulta intrépida, incluso, a ojos del siglo XXI.

De boca en boca se cuenta que Alfaro era para la época considerado por la Iglesia católica como el mismísimo belcebú.

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La leyenda dice que hizo un pacto con el diablo para acabar la obra, que se saldó con la muerte de 4.000 jamaiquinos en medio de las explosiones de dinamita, por enfermedades, derrumbes y picaduras de serpientes, relató recientemente Jorge Eduardo Carrera, gerente general de Ferrocarriles del Ecuador.

En el imaginario también están los ruidos que el guarda de la estación de Sibambe escucha las noches y que se atribuyen a las almas de los jamaiquinos, comentó entre risas a Efe el gerente de operaciones de los ferrocarriles, Byron Prado.

Pero para las más de 3.000 personas de las comunidades cercanas, la ruta de la Nariz del Diablo no tiene nada de diabólico y, más bien, se ha convertido en un importante puntal de su economía.

"Antes la estación se encontraba totalmente destruida: no tenía techos, no se pudieron llevar las paredes porque eran muy pesadas. Los turistas se podían bajar cinco minutos para que tomen fotos, subían y se acabó", recordó Carrera, al señalar que ahora incluso hay un hostal con capacidad para quince personas y donde ya pernoctó el año pasado el jefe de Estado, Rafael Correa.

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Asimismo, en la zona existen dos cafeterías, un museo y tiendas administradas por las comunidades que, además, abrirán sus casas a turistas que deseen compartir su forma de vida y conocimientos, para lo que se han organizado también rutas sobre medicina o cultivos, entre otros, comentó a Efe el indígena Mario Patai.

Con el pago de 20 dólares por persona, o de la mitad para ancianos y menores de edad, en Alausí, a 2.428 metros sobre el nivel del mar, se aborda el tren para un viaje que dura en total tres horas, con tres salidas diarias.

Santiago Paredes, guía del tren, parafraseó hoy a un explorador alemán que hace varios años dijo que quienes recorren los caminos de la zona deben tener características especiales: orejas de burro (para escuchar todo) y hocico de cerdo (para comer lo que sea).

Además, las palabras de un comerciante (para tener facilidad de habla), el lomo de un camello (para soportar el peso de las maletas), las patas de un venado (para caminar por difíciles parajes) y ojos de halcón (para observar).

La complejidad de la zona y las altas montañas también le han dado la denominación de tren del cielo, lo que inspiró a artistas que plasmaron trenes voladores sobre coloridas ciudades, en tanto que en el extranjero muchos lo conocen como "el tren más difícil del mundo", según Carrera.