EFE
CAÑAR.- Dulces de amaranto, helados de quinua y harinas de semillas tradicionales son algunas de las propuestas de unos pueblos indígenas ecuatorianos, que quieren recuperar los alimentos que consumían sus antepasados y hacerlos más "atractivos" para sus hijos.

En una casa apartada, en medio de la montaña, hay un fuerte olor a humo, un joven está removiendo en una cazuela de agua hirviendo el chocho o altramuz, una semilla blanca y que parece un maíz gigante.

Este grano es muy amargo, por lo que para sacarle este sabor se tiene que hervir varias veces con agua y luego dejarlo en reposo con agua fría.

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En esta vivienda tratan también otras semillas tradicionales, que limpian y dejan listas para manipularlas luego en una planta de procesamiento de harinas, por lo que en una enorme manta hay unas diminutas bolas marrones, la quinua, que se están secando en el sol.

Además, los terrenos de esta finca son utilizados para que los más pequeños aprendan a cultivar y a tratar las semillas que comían sus abuelos.

El presidente de la Asociación de Agricultores de Semillas Mushucyuyas (en la lengua kichwa), Nicolás Pichazaca, explicó que la idea es "recuperar" las semillas de sus ancestros y "combatir la comida chatarra" que actualmente "consumen los niños en las escuelas".

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La organización cuenta con un proyecto piloto para la producción de dulces, caramelos, helados y gelatinas elaborados con las semillas que, tradicionalmente, han consumido los indígenas de la zona, como el chocho, el maíz, la quinua y el amaranto.

El sueño de Pichazaca es que en dos o tres años sus hijos puedan encontrarlos en las tiendas.

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"La idea es mejorar las variedades nativas sin dejar atrás el patrimonio de nuestros ancestros", detalló Pichazaca, quien dijo que "se les da un valor agregado" a los granos andinos para que sean más atractivos para el consumidor y más competitivos en el mercado.

Pichazaca aseguró que otro de los objetivos es que las personas estén bien nutridas y "preservar la seguridad alimentaria" en el Cañar, una región que es de las más pobres del país.

Por eso, la asociación también organiza charlas con madres de hogar para que aprendan a utilizar las semillas y, de este modo, "puedan alimentar mejor a sus hijos".

En el Cañar predomina la pequeña agricultura, por eso, no es casual que en esta provincia sureña naciera en 1992 la Asociación de Agricultores de Semillas Mushucyuyas, con la finalidad de crear un frente común para vender sus productos.

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Poco a poco, la asociación fue creciendo y de ella nació la Cooperativa de Ahorro y Crédito del Cañar, que ofrece créditos a bajos intereses a los habitantes de esta región, para que creen pequeños huertos o miniempresas para poder subsistir.

El gerente de la cooperativa, Ramón Pichasaca, detalló que actualmente la organización tiene alrededor de 2.000 socios y mueve 3,8 millones de dólares en activo.

La mayoría de los socios de la cooperativa son agricultores y con las ganancias de la entidad han construido la planta de procesamiento de los granos indígenas, en la que elaboran harinas para el consumo humano o animal.

Pichasaca indicó que con el resto del dinero han comprado dos terrenos, uno de 1,8 hectáreas y el otro de 5, donde han creado sus propios huertos para cultivar hortalizas y vegetales.

El gerente relató que su propósito es invertir los beneficios de la cooperativa, además de "crear fuentes de trabajo para la gente de bajos recursos".

El indígena señaló que tienen "muchas variedades de cultivo" de "acuerdo a las necesidades del mercado".

Asimismo, apuntó que, por el momento, los huertos no son 100% sostenibles, pero que cada año están creciendo más, por lo que esperan que en breve sean rentables.

Por ahora, el 90% de la producción es para la comercialización, mientras que el 10% restante es para los socios, "que cada fin de semana, los que viven más cerca, vienen al huerto a almorzar" y se aseguran que comen "alimentos sanos".