Once propuestas artísticas divididas por paredes blancas de madera móviles y cortinas negras desplazadas en el Centro de Convenciones de la Plaza Rodolfo Baquerizo es lo que ofrece la cuarta edición de la Bienal de Arte No Visual.

Cada creación propone descubrir nuevas sensaciones a través del uso de otros sentidos que no sea la vista. La única condición para quienes no son ciegos es que el asistente recorra la Bienal con los ojos tapados, para lo cual varias guías ofrecerán vendas.

La primera obra de la Bienal es Playa de casa, de Galo García. Consiste en una casa de madera de casi tres metros de alto por dos de ancho. El piso es de arena y uno puede sentarse en el piso o en una silla. Se puede percibir un leve viento que proviene de un ventilador y se puede escuchar música suave.

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La siguiente obra es Sin Título, de José Luis Dávila. Su propuesta se basa en subir una escalera y acostarse sobre una base de tierra con césped crecido, mientras se escuchan sonidos de la naturaleza. El concurrente experimenta sensaciones cuando por debajo del césped salen hacia la superficie elementos sintéticos (movidos por el autor de la obra) que lo tocan.

La invención de Jorge Jácome, Tercer Ojo Electro-Acústico (TOEA), es el tercer trabajo de la Bienal de Arte No Visual.

El TOEA es un instrumento musical, cuya forma se parece al tercer ojo o sexto chacra (situado en el centro de la frente). Posee una caja acústica y tres cuerdas ubicadas en forma de triángulo que al tocarlas y presionar distintos pedales en el suelo generan distintos sonidos (graves o agudos). A los lados del instrumento y dentro de la caja acústica hay dos ruletas, una hecha con piedra pómez y otra que tiene más madera.

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La cuarta propuesta es la de Jaime Cárdenas. Geometrismo cinético propone palpar una pirámide central que representa al tercer ojo. Esta tiene pequeños hoyos en su interior por donde sale aire con el objetivo de identificarla frente a las otras pirámides que están a su alrededor y que representan los campos de la inteligencia (8 estructuras de hierro), de la memoria (12 de lija), de la creatividad (16 de lona) y de la visualización (20 de plástico). También está acompañado de un ábaco en sistema braille.

En La espera, de Carlos Vargas, uno ingresa a un espacio donde se pisan hojas secas y después se sienta en una silla. El sonido del segundero de un reloj contrasta con viejas canciones que suenan por minuto y medio y abruptamente se detienen.

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Federico Larrea presenta un árbol en miniatura en su trabajo Yo un árbol. Lo combina con hojas bayrum que son aromáticas y se puede escuchar sonidos de la naturaleza y percibir un olor a tierra emanado de por debajo del árbol usando un ventilador.

María Gracia Goya presenta Huevos, que reúne unos 300 huevos en el suelo de un espacio de dos metros cuadrados. En tanto, Prototipo 1, de Abel Villegas, expone una instalación formada por un cuadrado suspendido en el aire y el cual contiene velas, cubos, una pelota de espumafón, canicas y bombones. A un costado uno puede oprimir un botón del cual salen notas musicales. En el piso se halla un cuadrado con piedras.

Para experimentar la obra El camino del patalsuelo, de Patricia Rodríguez, es necesario ingresar sin zapatos y gateando a la infraestructura hecha con cañas, sogas y un gran manto de seda. La artista quiere provocar sensaciones a través de la creación de espacios donde confluyen los cuatro elementos de la vida: agua, fuego, tierra y aire. Además, el visitante recibe un pedazo de masapán que puede moldear a su gusto y dejar pegado en alguna parte de la obra.

En la propuesta de Sara Roitman, Una cama para soñar, el visitante puede sentir una estructura hecha a base de plástico. El recorrido culmina con Susurro, creación de Michael Vera, Pedro Sánchez y René Ponce. El asistente debe sentarse y leer un libro que está en braille. Quienes sean videntes y no pueden descifrar el contenido de la obra pueden escuchar el texto que es contado, a modo de susurro, por uno de los tres creadores y que trata sobre sus miedos.

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