Estuve en el primer encuentro internacional en homenaje al pensamiento y acción de monseñor Leonidas Proaño, de la educación liberadora a la teología de la liberación, que organizaba en Riobamba el Ministerio de Cultura del Ecuador.

Recorrer los caminos de la Serranía, quedar inmersos en las nubes, rodeados de un vapor gris hasta casi no poder ver nada y de pronto de manera abrupta, con el cielo despejado encontrarse, como una aparición al final de la carretera, con las cumbres nevadas del coloso de los Andes, el Chimborazo, que parecía más grande que nunca, soberbio, rotundo, majestuoso, lleno de nieve, acolitado por el Carihuairazo que humildemente lo acompañaba, luciendo él también sus puntiagudos picos de un blanco resplandeciente produce asombro y agradecimiento.

El tema sobre la educación es altamente convocante, tarea siempre a hacer, rehacer, repensar. Porque si algo lanza la historia hacia adelante es la manera cómo juntos nos educamos. Esta debe ser lo suficientemente libre para personalizar, humanizar, provocar, transfigurar la realidad, dijeron algunos de los expositores y los participantes de los numerosos talleres pues la actitud de diálogo invadió el encuentro. Quien habla solo, solo él crece, se debe crecer todos juntos insistían. Y precisaban: la educación no es solo tarea de la familia, de la escuela, de los colegios y universidades, se educa en el trabajo, lo hacen los políticos, los medios de comunicación, los encuentros, los momentos de descanso y esparcimiento, se educa en el deporte, y en la manera de distribuir los espacios y planificar las ciudades. Nos educamos constantemente y ello nos libera y hace más personas o nos somete, domestica y nos acostumbra a bajar la cabeza, ceder en nuestros pensamientos y pareceres y plegarnos a lo que los demás dicen, hacen u opinan.

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La educación tiene como vocación interna hacer del mundo un lugar donde todos podamos vivir bien, en convivencia y en gozo de lo que juntos construimos y contemplamos. Educación sin acción que la acompañe, la alimente y sea alimentada por ella, es información no educación. Educación sin respeto a la diversidad, sin escucha de lo diferente, es la antesala de todas las imposiciones en nombre de una verdad que se impone.

Pero también sostuvieron que la educación requiere del silencio y la serenidad, para que cuajen las palabras y las acciones.

Recordé entonces un cuento que me acompaña y me ayuda a entender muchas situaciones.

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¿Por qué la gente se grita cuando está enojada? Preguntó el maestro.

Porque pierden la calma, respondió alguien. Por eso gritamos.

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Pero... ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado? ¿No es posible hablarle en voz baja? Los presentes no hallaban la respuesta.

Finalmente el maestro explicó: Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho. Para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse. Mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan sino que se hablan suavemente, ¿por qué? Sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña. Cuando se enamoran más aún... no hablan, solo susurran y se vuelven aún más cerca en su amor. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, solo se miran y eso es todo.

La educación debería llevarnos a cambiar la realidad cambiándonos a nosotros mismos, sin estridencias, sin imposiciones, con el respeto que da el sabernos necesitados todos de todos.

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