¡Aquí están! El grito de un minero rescatista emergió del lodo. Giorge Ramírez, su compañero, levantó la frente y con su linterna alumbró el cuerpo de Ángel Vera. Ambos movieron sus cabezas, sus cascos con linternas, y, dos metros abajo, con las extremidades inferiores cubiertas por unas tablas, estaba el cuerpo de Pedro Mendoza, uno de los mineros desaparecidos.

Ambos mineros, que permanecían atrapados desde las 03:00 del viernes 15 de octubre, se hallaban desnudos, sentados. Sus cuerpos inertes fueron localizados pasadas las 18:00 de ayer, a 150 metros de profundidad, en el mismo sitio de la mina Casa Negra donde se esperaba localizarlos desde hace cinco días.

‘Estaban fresquitos’
“Estaban fresquitos. Ellos habrían muerto a eso del mediodía o en la mañana, pero estaban fresquitos, ni mal olor tenían. Ahí estaba todo caliente, no había aire, por eso deben haber muerto. Nos faltó poco para hallarlos con vida”, sostiene Ramírez, a las 20:50 de este miércoles, minutos antes de que emerjan los cuerpos.

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Al localizarlos, Ramírez había dejado abandonado todo abajo y salido a la superficie.

“Encontramos, encontramos, necesito diez hombres”, había gritado desesperado. Con la cuadrilla, Ramírez, un hombre flaco, alto y trabajador de la mina Barbasco 2 y que llegó como rescatista colaborador a la mina de Minesadco, bajó para completar el rescate.

Mientras, la noticia se regaba en Portovelo, de boca en boca; los medios la difundían al mundo. Se completaba el rescate de los cuatro mineros atrapados desde el viernes. Ya el sábado en la tarde se había hallado los cadáveres de Walter Vera, hermano de Ángel, y Paúl Aguirre, peruano.

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Esperanza
Se moría así la esperanza de hallarlos vivos, se moría la fe de que haya un milagro. Olinda Pacheco, madre de Ángel, lloraba; igual Patricia Gallegos, esposa de Ángel. También Tomás Gallegos y Teodora Bazurto, padres de Pedro, el otro minero atrapado, oriundo de Balzar (Guayas).

La noche de Portovelo se ilumina, a las 21:00, con las luces de las sirenas de las ambulancias. Portovelo se agita con el ulular de las sirenas. Primero emergen dos, cuatro, cinco rescatistas asfixiados. Se los lleva al hospital.

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Cuarto de hora después suben los cuerpos de Mendoza y Vera. En fundas negras y atados con unas camillas de amarre naranjas, de la Defensa Civil. Hacen calle de honor un centenar de mineros, policías, militares.

Los cuerpos van a una camioneta y Patricia Gallegos, la esposa de Vera, corre para alcanzar el cuerpo de su adorado. No lo logra, se cae, desmayada. Por poco la atropella un carro de la Defensa Civil. Los rescatistas y mineros la auxilian. Colocan oxígeno.

Una veintena de familiares lloran, se abrazan, gritan desesperados. La mina los devolvió, pero muertos. Ahora van camino a la morgue.

La esperanza de hallarlos con vida había empezado a morir la noche del martes, cuando César López, jefe técnico de Minesadco, señalaba que la excavación llegó a su objetivo y se topó con un taponamiento que sube hasta unos tres metros hacia arriba de la mina vertical de doce metros donde estaban Vera y Mendoza.

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Pequeño deslave
Y decía que en el espacio había disponible oxígeno solo para cinco días. Eso se cumplía, sobre todo porque a las cinco de la mañana de este miércoles 20 se produjo un deslave pequeño. Los mineros rescatistas se asustaron y uno de ellos fue arrastrado 50 metros, pero resultó ileso. Minutos después hallaban dos lámparas amarradas y metidas en una bota. “Es una buena señal, deben haber lanzado para que sepamos que están vivos”, dijeron.

Pero ese deslave quitó tiempo. Vera y Mendoza se quedaron sin oxígeno y sucumbieron en la oscuridad, en ese infierno de 60 grados.

A las 21:27 de este miércoles, las ambulancias corren raudas por las estrechas calles de este pueblo minero desde los ancestros. Unas llevan a los asfixiados, la camioneta policial, a los muertos. Ululan las sirenas, lloran los familiares, suspiran los portevelenses.