En cuestión de horas puede sentir correntadas de aire helado por debajo de los cero grados hasta temperaturas de 30. Es uno de los parques considerados como de mayor diversidad de flora y fauna que integra las provincias de Imbabura, Pichincha, y las nororientales de Napo y Sucumbíos. En este lugar conviven diez microclimas en altitudes de 5.790 m a la altura del nevado Cayambe hasta decrecer a los 600 metros. Es el parque Cayambe-Coca.

Fue creada bajo la denominación de Reserva Ecológica Cayambe-Coca a través de Decreto Ejecutivo, el 17 de noviembre de 1970. Posee una extensión de 403 mil hectáreas de superficie. Pero en junio de este año fue elevada a la categoría de Parque debido a que en su superficie viven poblaciones ancestrales; su biodiversidad es aprovechada para proyectos de turismo, investigación y estudio científico, refiere el responsable de la parte alta del Parque, Luis Martínez. Esa zona corresponde a la zona de páramo andino y en la baja está la selva amazónica.

De los manantiales de esta zona dependen los proyectos más grandes de agua como el de la Empresa Municipal (Emaap) que abastece a Quito, también de esta reserva se provee de agua para riego a las comunidades aledañas de esta área protegida. Sus caudales serán a futuro de importancia para proyectos hidroeléctricos como el Coca Codo Sinclair.

Publicidad

Sin embargo, el Parque ha enfrentado en estos 40 años diversos problemas que aún no resuelven. La invasión de tierras con asentamientos ilegales, la quema del páramo, la tala ilegal de madera son algunos de los problemas que enfrentan las diversas administraciones y que hacen vulnerable al Parque.

El principal trabajo de conservación no lo ha hecho el Estado, sino las organizaciones no gubernamentales internacionales. Ahora que el control está en manos del Ministerio del Ambiente hay falencias, explica Marco Tituaña, técnico de la Fundación Rumicocha, una de las organizaciones que trabaja en el área desde hace 18 años.

Pero los problemas en esta zona se han profundizado en la parte baja del Parque. Según identificó el plan de manejo de 1998, en el sector sur occidental de la Reserva, específicamente, a lo largo de los ríos Chalpi, Cuyuja, Victoria, Molana, Laurel se observa un incremento en la expansión agrícola de colonos antiguos, con la pérdida de especies de plantas como sucede con los alisales que están por desaparecer, y varias especies de orquídeas y bromelias podrían correr la misma suerte, señaló el plan de manejo.

Publicidad

Con la llegada de migrantes en la parte baja han surgido asentamientos ilegales. La conflictividad por la tenencia y el uso de la tierra en el sector sigue, en muchos de los casos con dueños que legalmente tienen títulos de propiedad, otros que se hallan posesionados entre 15 y 20 años. Por lo menos 21 grupos están en conflictividad por la tenencia de las tierras.

El subsecretario de Tierras, Antonio Rodríguez, asegura que se reunirá próximamente con la ministra del Ambiente, Marcela Aguiñaga, para identificar los conflictos de tierra que existen en zonas protegidas.

Publicidad

Los problemas también se extienden para las poblaciones que viven ancestralmente dentro del Parque. La quichua de Oyacachi y la cofán de Sinangue. Esa convivencia entre el Parque y los pobladores ancestrales, como en el caso de Oyacachi, población ubicada a una hora y media de Cayambe (Pichincha), crea problemas. En un informe de Fundación Natura se exponía que “las poblaciones locales (debido a la pobreza) se han visto obligadas a implementar estrategias de supervivencia, degradan el medio natural y ponen en riesgo la existencia en esta área protegida”.

Según Héctor Parión, coordinador del centro de turismo comunitario, en la zona viven 650 familias que deben someterse a una serie de restricciones ordenadas por el Ministerio del Ambiente. “Aquí todo es no: no cazar, no pescar, no quemar el páramo. Nos dicen que debemos conservar la naturaleza, pero nosotros ¿qué recibimos a cambio? Nada”, afirma.

Para él hay problemas, por ejemplo, con la presencia de los osos de anteojos, característicos del lugar, “el Ministerio promueve que debemos cuidarlos, pero ese oso se come nuestras vacas, eso nos trae pérdidas”. Del ganado viven las familias al comercializar leche y queso.

El responsable de la parte alta del Parque explica que con la población se aspira a llegar a un acuerdo para que exista una única zona de pastoreo del ganado. La intención es que esta población sea incluida en el programa Socio Bosque, para que con los recursos puedan contratar tres personas de la comunidad para que cuiden el ganado y, con el resto de dinero, se pueda iniciar la construcción y señalización de senderos para caminatas turísticas.

Publicidad