QUITO
.- El hospital de la Policía amaneció ayer en calma, pero entre sus pacientes y empleados persistía el pavor de haber experimentado más de doce horas de enfrentamientos y en especial el operativo de rescate al presidente Rafael Correa, que enfrentó con metralleta y gases a militares y policías.

Un fuerte olor a gas lacrimógeno inundaba el ambiente, y los peatones que transitaban por el sector se admiraban por los destrozos que las balas dejaron en ventanales, puertas, paredes, quioscos y otros.

Ellos coincidieron en que el uso de armamento fue exagerado, ya que la zona es residencial y había decenas de pacientes internados en el hospital.

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Los trabajadores del centro médico, que prefirieron omitir su nombre para evitar represalias, comentaron que fueron los militares quienes rompieron la mayoría de cristales en la parte baja del edificio.

"Ellos ingresaron violentamente al edificio y con sus enormes armas inmovilizaron a los policías. Con insultos y golpes hicieron que muchos nos acostáramos y siguieron su camino", recordó un enfermero.

El director del hospital de la Policía, César Carrión, recorrió ayer las instalaciones, pero aún no tiene una evaluación completa de los daños.

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"Hubo un riesgo enorme con la incursión. El hospital pudo explotar porque hay cilindros de oxígeno y conexiones de material inflamable. Yo invoqué en todo momento que se saque al Presidente de una manera pacífica, porque ya había gente que entró en shock", recordó.

Aunque aclaró que ningún trabajador resultó herido, reveló que durante la jornada de protesta se atendió a 38 pacientes, de los cuales tres estaban intervenidos por su gravedad.

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Al menos 20 pacientes compartían el área de Hospitalización 3, ubicada en el tercer piso del primer bloque, con el Jefe de Estado. Una de ellas, Marisol López, y quien ingresó la mañana del jueves con un cuadro de trastorno depresivo grave, narró que tuvo que lanzarse debajo de la cama cuando una bala perdida ingresó por su ventana y se alojó en el televisor.

"El Presidente nunca estuvo secuestrado. La Policía le hizo una calle de honor para que saliera, le cantaron el himno y él no quiso (salir). Si el Presidente salía se evitaba todo".

Aída Zaldumbide coincidió con ella y comentó que intentó dialogar con el Mandatario para decirle "que por humanidad calme las cosas y salga con tranquilidad".

Ella está en el hospital hace ocho días por colangitis aguda y expresó que fue horrible resguardarse debajo de la cama con los sueros colgando de sus brazos y aguantando los gases lacrimógenos. "Vi de cerca la muerte", admitió.

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Para el traumatólogo Esteban Arízaga el rescate a Correa fue la violación más grande de los derechos humanos hacia un paciente convaleciente. "Los enfermos estuvieron sin protección en medio del fuego cruzado, en medio de una balacera, desesperados sin saber de qué manera moverse".

Una enfermera comentó que los gases lacrimógenos llegaron a la sala de Neonatología y que los pequeños tuvieron que ser "amarcados" (cargados) por sus padre. Mencionó que le pareció estremecedor ver cómo los padres intentaban proteger a sus hijo, mientras estos gritaban al no entender por qué había tanta agresividad y estruendo.

Ella también consideró que el operativo se salió de control y que no se pensó bien en las consecuencias que traería.