La prensa nacional y mundial le dio estos días una amplísima cobertura a unas recientes declaraciones de Fidel Castro en las que supuestamente habría reconocido que el modelo cubano “no funciona” ni siquiera en la isla.

Mucho me temo, sin embargo, que se le está dando a las palabras del viejo dictador un sentido que no tienen. Cuidado con hacerle decir lo que en realidad no dijo.

Los Castro no creen, por ejemplo, que las mazmorras donde se pudren los disidentes políticos cubanos ya no tendrán vigencia en su país. Tampoco se les ha pasado por la cabeza desmontar la dictadura del partido único, ni devolverles a los cubanos su libertad de expresión, o recortar los lujos y privilegios de la casta gobernante.

Si fuese por los Castro, todos esos rasgos monstruosos de su régimen enfermizo deberán continuar hasta la eternidad de los tiempos.

Lo que los Castro sí quisieran (y no de ahora, sino desde que perdieron el auxilio de la ex Unión Soviética) es que las grandes corporaciones del mundo se asocien con ellos para instalarse en la isla, siguiendo el ejemplo de los españoles (que han invertido en Cuba en hotelería y petróleo), los canadienses (en minería) y los italianos (en telecomunicaciones).

¿Les cuesta imaginar a ustedes una gigantesca planta de Nike en La Habana, otra de Intel en Santa Clara y una tercera de Tommy Hilfiger en Matanzas? A mí no. ¿Y qué tal toparse con un par de buenos locales de McDonald’s en Varadero o de Pizza Hut frente a la imagen del Che Guevara en la Plaza de la Revolución?

Para eso, me dirán ustedes, sería imprescindible primero que pongan en orden las finanzas públicas, porque los grandes inversionistas no se arriesgan en países que no controlan las riendas de su moneda. Pues es lo que los Castro están haciendo, eliminando pasito a pasito subsidios, elevando los precios y tarifas y organizando el despido de centenares de empleados públicos. Lo que ocurre es que esas noticias no alcanzan la misma difusión.

Si esos cambios económicos, no políticos, no habían avanzado hasta ahora a la velocidad que algunos desearían, no es por culpa de los Castro sino de la Casa Blanca, cuyos ocupantes le temieron siempre al enojo de los votantes cubano-americanos de La Florida. Lo que ocurre es que esos electores están cambiando. En Miami hoy se extiende una nueva generación que no había ni siquiera nacido cuando Fulgencio Batista huyó de Cuba, y que se pregunta si tiene sentido continuar con un bloqueo que no ha dado ningún resultado práctico. Así que, se dicen algunos, quizás ha llegado la hora de abandonar los preparativos eternos para bombardear Cuba con balas y cañones y comenzar a bombardearla de una vez por todas, pero con iPods, jeans, Coca-Cola, teléfonos celulares y televisores LCD. Barack Obama sintoniza perfectamente con esta nueva orientación.

¿Todo esto les parece conocido? Por supuesto, es el modelo que desde hace dos o tres décadas se ha venido imponiendo en China y Vietnam. El plan de los dos hermanos Castro es precisamente ese, transformar su dictadura comunista totalitaria en una dictadura semicapitalista totalitaria. Un chaulafán a la cubana, si ustedes quieren.