EE.UU. |

El tesoro de WikiLeaks sobre la vacilante campaña bélica estadounidense en Afganistán provocó muchas reacciones, pero para mí contiene un mensaje claro. En realidad, es un viejo consejo que es probable que sus padres les hayan dado antes de ir a la universidad: “Si estás jugando póquer y no sabes quién es el imbécil es porque probablemente eres tú”.

En el caso del Gran Juego del centro de Asia, somos nosotros.

Lo más que puedo decir de los documentos de WikiLeaks y otras fuentes es que les estamos pagando a las Fuerzas Armadas y servicio de inteligencia paquistaníes para que Pakistán sea un embustero. De lo contrario, solo tendrían una cara y estarían 100% en nuestra contra. Es probable que se pueda decir lo mismo del presidente Hamid Karzai de Afganistán. Empero, todo el mundo usa una máscara, o dos.

China apoya a Pakistán, busca contratos de minería en Afganistán y permite que Estados Unidos haga que Afganistán sea seguro para sus compañías, todo el tiempo sonriendo mientras Estados Unidos recibe tremenda paliza en Kabul porque cualquier cosa que restringe al Ejército estadounidense alegra al chino. Entre tanto, Estados Unidos manda a sus soldados a pelear a Afganistán al mismo tiempo que rechaza una política energética que empezaría a reducir nuestro consumo de petróleo, que indirectamente ayuda a financiar a las mismísimas escuelas y guerreros talibanes contra las que combaten nuestras tropas.

Entonces, ¿por qué aguantar esta hipocresía? ¿Acaso el presidente Barack Obama solo es insensato?

Es más complicado. Este doble juego se remonta al 11 de septiembre. Básicamente, ese ataque terrorista fue planeado, ejecutado y financiado por paquistaníes y sauditas radicales. Y nosotros respondimos invadiendo Iraq y Afganistán. ¿Por qué? La respuesta corta es porque Pakistán tiene armas nucleares a las que tememos y Arabia Saudita, petróleo que ansiamos.

Así que tratamos de impactarlos indirectamente. Esperábamos que la construcción de un gobierno decentemente democratizador en Iraq influyera en Arabia Saudita y más allá. Y tras expulsar a Al Qaeda de Afganistán, nos quedamos para estabilizar el lugar, en gran medida por temor a que la inestabilidad pudiera propagarse a Pakistán y llevar a que los radicales islamistas tomaran Islamabad y sus armas nucleares.

Esa estrategia no ha funcionado en realidad porque Pakistán y Arabia Saudita están construidos sobre pactos de gobierno que son la fuente de sus patologías y de nuestros temores.

Pakistán, 63 años después de su fundación, aún existe para no ser India. El Ejército paquistaní está obsesionado con lo que dice es la amenaza india –y mantenerla viva es lo que hace que tenga el control del país y sus recursos clave–. La falta tanto de una democracia estable en Pakistán o de un sistema de educación pública decente solo aumenta las filas del Talibán y otras fuerzas de resistencia islámica ahí. Pakistán piensa que debe controlar a Afganistán a “profundidad estratégica” porque si India lo dominara, Pakistán quedaría entre los dos.

Desgraciadamente, si Pakistán construyera su identidad en torno a su propia gente talentosa y viera su profundidad estratégica como la calidad de sus escuelas, agricultura e industria en lugar de alrededor de Afganistán, quizá podría producir una democracia estable, y no nos importarían las armas nucleares paquistanís más que las de India.

Arabia Saudita está construida alrededor de un pacto de gobierno entre la familia Al-Saud moderada y la élite fundamentalista wahhabi: los primeros gobiernan y los segundos imponen el islam más puritano a sus sociedad, y lo exportan a mezquitas y escuelas en todo el mundo musulmán, incluido Pakistán, con dinero que ganan vendiendo petróleo a Occidente.

Así que las armas nucleares de Pakistán son un problema para nosotros debido a la naturaleza de ese régimen, y la riqueza petrolera de Arabia Saudita es un problema para nosotros por la naturaleza de ese régimen. Hemos decidido participar en un doble juego con ambos porque pensamos que son peores las alternativas.

Así que le pagamos a Pakistán para que nos ayude en Afganistán, aunque sabemos que parte de ese dinero está matando a nuestros propios soldados, porque tememos que solo irnos podría conducir a que los islamistas de Pakistán controlen su bomba.

Y enviamos dinero a Arabia Saudita por petróleo aunque sabemos que parte termina financiando a las mismísimas personas a las que combatimos, porque confrontar a los sauditas por sus exportaciones ideológicas parece demasiado desestabilizador.

¿Existe otra forma? Sí. Si no podemos simplemente irnos, deberíamos al menos reducir nuestras apuestas. Deberíamos limitar nuestra presencia y objetivos en Afganistán al mínimo requerido para asegurar que la agitación ahí no se propague a Pakistán o permita que regrese Al Qaeda. Y deberíamos disminuir nuestra dependencia del petróleo para que nos impacte menos lo que sucede en Arabia Saudita, para que reduzcamos los fondos que van a personas que nos odian, y hagamos que la reforma económica y política sea una necesidad para ellos y no un pasatiempo.

Desgraciadamente, no tenemos el dinero, el personal ni el tiempo requeridos para transformar totalmente a los estados más atribulados de esta región. Solo sucederá cuando quieran hacerlo. No obstante, nosotros sí contamos con la tecnología, la necesidad y los innovadores para protegernos de ellos –y para presionarlos más para que quieran el cambio– desarrollando alternativas al petróleo. Es tiempo de que empecemos ese aumento. Estoy cansado de ser el imbécil en esta partida.

© 2010 The New York Times News Service.